La bolsa de patatas pequeña de 25 céntimos, era antes de 25 pesetas. O eso es lo que dice la joven dependienta, Laia, de 25 años. “Cuando yo era más jovencita, creo que todo era más barato. Yo me manejo perfectamente con los euros, no me queda otra. Solo tengo ciertos problemas con las cantidades grandes, entonces, hago la conversión a pesetas”. Esto parece un hecho común en muchos jóvenes que vivieron el cambio peseta-euro en su adolescencia. Se han acostumbrado rápido en la vida diaria, pero con las grandes compras, recurren a la antigua moneda. “Estoy mirando coches de segunda mano y reconozco que tengo una libreta con los precios apuntados en euros y pesetas”, dice Laia.
Como dependienta de una tienda de gominolas, Laia dice que no tiene casi nunca problemas con los clientes. “Son niños y son más espabilados que nadie. Vienen con el dinero justito que les han dado en casa y la mayoría hacen un cálculo perfecto”
Xavi no tiene problemas de ningún tipo. Ha crecido con el euro y su hucha está llena de estas monedas. De las pesetas, sabe poco. Hace ocho años que en España funcionamos con euros y Xavi, pertenece totalmente a esta nueva generación.
“Guardo lo que me sobra de lo que mi abuelo me da para gominolas y tengo una hucha con casi 20 euros”, explica mirando al abuelo.
Manuel Fernández se ríe y confiesa: “No sé si tengo mucha idea, pero creo que para un niño de su edad, tener ahorrados 20 euros, es un gran logro, ¿no?”