Actualmente, el 60 por ciento de los italianos que viven en Barcelona vienen directamente de Italia.
Además de las ocupaciones tópicas en cocina y moda, los italianos que vienen a “Barcellona”, en su mayoría jóvenes que rondan por los 35 años, trabajan en sectores que van desde los servicios como hostelería, call-center y restauración, hasta profesionales de nivel superior como arquitectura, periodismo y medicina. Los recién graduados representan una parte importante de este fenómeno. Los italianos ven a Barcelona como una sociedad más abierta, con más oportunidades que su propio país.
Más allá de la situación económica reciente (mientras que en Italia se pasaba por un estancamiento, España vivía su “milagro económico”), pesan también para esta decisión la calidad de vida y el ritmo de la ciudad. Para muchos italianos – que se declaran “hartos” de la situación política en Italia -, respiran en Barcelona “aires de libertad”.
Hoy por hoy, ya son oficialmente el segundo grupo foráneo en Barcelona, con cerca de 21.600 personas empadronadas - los ecuatorianos son casi 24.000. En Cataluña los italianos ya superan los 40.000 individuos y, en toda España, llegan a 100 mil. Si se mantiene la tendencia, el Ayuntamiento barcelonés calcula que los italianos superarán a los ecuatorianos en alrededor de dos años. Se supone que hay muchos más que no están registrados en el patrón municipal.
Otro aspecto que contribuye a que los nacidos en Italia se destaquen proporcionalmente, es la creciente dificultad que ahora tienen los descendientes nacidos en otros países (los llamados “oriundi”) para sacar la doble nacionalidad.
La ley italiana es una de las más abiertas entre los países europeos para conceder la ciudadanía a sus descendientes en el exterior. Según qué casos, hasta la quinta generación nacida fuera de Italia puede tener el derecho al pasaporte. Eso explica, en parte, el gran número de argentinos, uruguayos y brasileños que vienen a Europa con un pasaporte de esta nacionalidad – con todas las facilidades que eso conlleva.
Este fenómeno tuvo su punto más alto en los años 90 y principios de esta década, cuando un alud de procesos y pedidos de naturalización desbordó embajadas y consulados italianos en Sudamérica y llevó recientemente a lo que algunas autoridades llamaron: el “colapso” del sistema administrativo.
Se impusieron entonces mayores condiciones (como la obligatoriedad de vivir en Italia algún tiempo) antes de tener derecho a sacar el pasaporte. Actualmente, para que se tenga una idea, el trámite por la ciudadanía italiana en Brasil, puede llevar a un interesado a esperar hasta más de diez años para conseguirla. Lo que no impide a muchos de los que tienen el derecho a seguir intentándolo.