Primera Edición
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Cinco tesis de un argentino sobre el "fenómeno" Barça

MAXIMILIANO TOMÁS

Este ensayo, personal y arbitrario, intenta establecer las vinculaciones entre la fulgurante campaña del Fútbol Club Barcelona y el auge turístico que vive la ciudad. ¿Qué tiene en común los simpatizantes del Barca con los de River y qué los de Boca con los del Real Madrid? Una mirada sobre el poder y la estética en la campo del deporte.

BARCELONA GANA CON EL BARÇA (Juan Pedro Chuet Missé)

Uno. Lo primero que habría que decir aquí es "señores, mucho cuidado con el periodismo, que suele ser adicto a las generalizaciones y la sinécdoque". Es decir, cuidado, que muchos de nosotros sentimos una especial compulsión por expresar la parte por el todo, en ver fenómenos donde sólo hay emergentes individuales. Pero hecha la salvedad, y como esto no es un artículo sobre ética periodística sino un pequeño ensayo de tinte personal, ahora sí, podemos preguntarnos: ¿existe algo así como un "fenómeno" Barca? ¿Y qué sería eso, en caso de que existiera? ¿Estamos hablando del club de fútbol, de la ciudad, o del conjunto indivisible, del fundido simbiótico que forman los dos juntos? Trataremos de demostrar aquí que uno no puede existir sin el otro (el club sin la ciudad, la ciudad sin el club) a través de una comparación tan política como caprichosa que incluye a los equipos de fútbol más conocidos de la Argentina (River Plate y Boca Juniors) y, también, al representante de esa alteridad sin la que el Fútbol Club Barcelona (FCB) no podría existir: el Real Madrid.

Dos. Lo segundo que habría que decir es que en la Argentina no hay acuerdo. Algunos argentinos (como yo) creen que ser de River es como ser del Barca. Otros piensan que ser de River es como ser del Real Madrid. Y con Boca sucede lo mismo. A ver, tiremos de una punta, tratemos de buscar ejemplos: ¿qué jugadores argentinos pasaron alguna vez por las filas del FCB? Empecemos por los dos más famosos y talentosos del mundo: Diego Armando Maradona y Lionel Messi. ¿Y después?: Juan Román Riquelme, Maxi López, Javier Saviola. Maradona es un símbolo de Boca. Messi ni de uno ni de otro (jugaba en Newell's). Riquelme es de Boca. Pero López y Saviola de River. Es decir, hasta acá, empate técnico. Cambiemos de foco entonces. ¿Qué representa el Real Madrid para el fútbol (y el mundo político) español, y qué el Barca? Madrid: poder central, poder político, poder del dinero. Barcelona: resistencia frente al centralismo, complejo frente al poder político, poder del dinero. ¿Y Boca y River? Bueno, los dos equipos son de la Ciudad de Buenos Aires, así que son centrales y no periféricos. El poder simbólico del dinero estaría tradicionalmente del lado de River (uno de sus apodos es, precisamente, "los millonarios"), el poder político en ambos, el poder del pueblo en Boca. ¿Confuso, no? Digámoslo así: los hinchas de Boca dicen representar el sentir popular argentino, la misma emanación que históricamente se arroga la fuerza política más poderosa del país: el peronismo. River, en este caso, ocuparía el espacio del saber aristocrático, sería la imagen y la semejanza del devenir burgués (cuando no oligárquico). De un lado las masas (Boca), de otro lado la elite (River). Un peronista jamás sería del Barca: se sentiría humillado y ofendido formando parte de un espectáculo tan poco efusivo como el del Camp Nou (donde el público, como en la ópera, aplaude los pases y las jugadas al moderado grito de "Molt bé, Barca"). Un peronista debe ser de Boca (bostero), y debe ser del Real Madrid (merengue), por pura vocación de poder (y desenfreno). Lo que nos acerca a nuestra idea de que un hincha de River (un gallina) debe ser, por empatía constitutiva, por mesura y savoir faire, hincha del Barca (o culé).

Tres. Pero hay más analogías: un simpatizante de River, como uno del Barca, no sólo quiere ganar: quiere, sobre todo, jugar bien, y que el resultado sea una consecuencia de aquel lucimiento, de aquel gozoso disfrute, de, en fin, una estética (que es una ética). Si River, si el Barca, ganan jugando mal, sus hinchas salen de la cancha con un regusto amargo en el paladar. Todo lo contrario les sucede a los madrileños, a los hinchas de Boca (y acá hay que hacer un inciso: Joaquín Sabina no es merengue pero es del Atlético; vive en Madrid; es fanático de Boca), cuyo objetivo es la victoria, aplastar al rival cueste lo que cueste. El fin justifica los medios, siempre (aquel famoso: "pisalo, pisalo, al rival hay que pisarlo", de Salvador Bilardo). River, como el Barca, optará siempre por la elegancia, el buen fútbol, el espíritu de la vanguardia hecho deporte, hecho carne. River podría permitirse no llevar publicidad en su camiseta (como lo hace el Barca), cosa que Boca y el Real Madrid jamás podrían hacer (por aquella vocación de poder, que es vocación de dinero, también). Por otro lado, hay que decir también que el promedio de asistencia de los simpatizantes de River al estadio (Antonio V. Liberti, más conocido como "El Monumental") es directamente proporcional a la multiplicación de sus victorias. Cuando pierde seguido, las tribunas se ven raleadas. Lo mismo que sucede en el Camp Nou. Finalmente, un detalle (que valdría por sí mismo como un punto aparte para estas tesis): el uruguayo Enzo Francescoli (apodado "El Prínicpe"), campeón del mundo con River Plate en 1986, es uno de los máximos íconos millonarios de todos los tiempos. Thierry Henry, uno de los goleadores del actual equipo barcelonés, llamó a su hijo "Enzo" en honor a Francescoli. Esto es: por carácter transitivo, y por acumulación de evidencias, creemos suficientemente demostrado que un hincha de River debe ser simpatizante del Barca, así como un hincha de Boca debe seguir la campaña del Real Madrid. Avancemos, entonces.

Cuatro. Luego están los números, que dependen de la sociología y la interpretación. Es decir: que pueden servir para sostener, incluso, hipótesis opuestas y contradictorias. Y por eso mismo no importan, o no al menos demasiado. Claro que: Barcelona recibe un gran número de turistas mes tras mes; la ciudad creció a un ritmo desenfrenado desde los Juegos Olímpicos de 1992, y fue uno de los epicentros de la fiebre inmobiliaria que funcionó como motor de crecimiento de la economía española en la última década; el FCB, después de varias temporadas, consiguió una serie increíble de victorias consecutivas que lo hace batir, jornada tras jornada, nuevos récords (aunque, como insisten los cautos culés -y esto es parte de su idiosincracia-, "todavía no hemos ganado nada"); seguramente el FCB tenga el equipo más costoso del fútbol actual (Messi, Eto'ó, Henry, Iniesta, Xavi, Puyol) y nutre de piezas centrales a la selección española, última campeona de Europa; despierta pasiones por la voluptuosidad de su juego y los marcadores que logra, al tiempo que disputa tres torneos seguidos; le hizo pronunciar al propio Maradona, actual entrenador de la selección argentina, la siguiente frase: "No hay dudas de que el Barcelona actual es el mejor equipo del mundo"; gana y gana, y como gana, comienza a recaudar, y cada vez más seguido el Camp Nou puede exhibir (lo que no sucedía hace mucho tiempo) sus tribunas cubiertas de espectadores. Pero...
 
Cinco. ...de todo lo antedicho se deduce, igualmente, que el FCB (así como la ciudad que lo alberga) jamás será un fenómeno de masas, por su propio carácter ontológico. Claro que habrá turistas que, entre la visita obligada al Parc Güell y a la Sagrada Familia, al Barrio Gótico y a La Pedrera, contraten un pack que incluya las entradas al Camp Nou (esto debe existir, sin duda, y lo más probable es que haya sido una estrategia comercial diseñada por un argentino). Pero el propio sistema de administración de los tickets (los asientos son limitados, pertenecen a los socios, sólo una mínima porción sale a la venta cada partido) pretende, a un tiempo, fidelizar a sus simpatizantes y evitar la escalada de oportunistas. Por otra parte, la nacionalidad catalana suele tender a la retracción y no a la expansión; los catalanes son celosos de su ciudad y de sus símbolos, no están dispuestos a compartirlos con todo el mundo. Uno puede comprar en cualquier tienda una camiseta del Barca, pero de ahí a que un catalán sea capaz de invitar a un extranjero al Camp Nou o a su casa a ver un partido televisado hay una prudente distancia. Carácter ontológico, decíamos: no se puede pretender la distinción (la elegancia, el dandysmo, el lujo de la sofisticación) y, al mismo tiempo, agradar a todo el mundo (al vulgo). Barcelona no será nunca París, Nueva York o Londres. Seguirá creciendo a ritmo vegetativo hasta que sus límites revienten, cosa que, por otra parte, no está tan lejos. Al boom de los vuelos low cost y la vidriera de las transmisiones televisadas de los partidos del FCB, los catalanes tendrán que resistir durante los próximos meses el aluvión de turistas atraídos a la ciudad por las dudosas virtudes de la última película de Woody Allen, "Vicky, Cristina, Barcelona", y el indescifrable Oscar que Penélope Cruz obtuvo por su breve e impostada actuación en el filme de marras. Paciencia, culés.