Unidos, según las estadísticas de la página de web que registra más de un millón de usuarios. Alex fue uno de los primeros promotores del movimiento del alojamiento gratis. Hace 5 años se apuntó a la página de web “Hospitality Club,” que fue la primera de este tipo, y ahora se ha adjuntado también a los couchsurfers. Al principio, sólo podía beneficiarse de los sofás de los demás porque no tenía suficiente espacio para alojar a más personas. Pero en cuanto pudo, Alex empezó a devolver la hospitalidad que había recibido, aceptando hasta 6 couchsurfers a la vez. Pero poco después, sus compañeros de piso protestaron y se vio obligado a reducir la cantidad de invitados.
“Me gusta tener a los couchsurfers en casa , pero no todo el tiempo,” explica Clara, su compañera de piso de origen francés. “También me gusta estar cómoda en mi propia casa y no tener a alguien nuevo todos los días.”“Me resistí bastante a rebajar el número de aceptaciones porque ha sido una experiencia muy, muy interesante… Hubo unos viajeros realmente simpáticos… hubo unos que vinieron por dos días pero se quedaron una semana porque eran de súper buena onda… y era fiesta todos los días,” dice Alex.
“La comida también es una experiencia especial,” añade mientras coge un trozo de la pizza que ha preparado su actual couchsurfer, Julian Stahl - un veinteañero de Marburg, Alemania. Salió de su país hace 5 semanas y descubrió Couchsurfing en medio camino tras conocer a un australiano en una estación de autobuses en Murcia.“El australiano llamó a su anfitrión quien llamó a un amigo y de ese modo encontré techo en Murcia,” explica Stahl. Dice que estaría encantado de ofrecer su sofá cuando vuelva a casa, pero duda que haya mucha demanda porque “es como Murcia… el culo del mundo… pero con menos cosas para hacer”.
Stahl trae otra pizza a la mesa, esta vez con maíz y cebolla. Y aunque la pizza no es exactamente “el plato típico de alemania” tampoco es la primera vez que los couchsurfers se meten en cocinas ajenas. “Me acuerdo de una cena china que me preparó una amiga de Kirguistán que estaba increíble. También unas chicas portuguesas hicieron una pasta bastante sencilla, pero con una salsa de frambuesa…” recuerda Alex con cara de felicidad. Añade que lo bueno de tener a muchos couchsurfers en casa es que “casi siempre estás comiendo gratis. Y nunca falta cerveza.”
“No me he arrepentido nunca de hospedar a alguien,” declara Alex tras 5 años de dormir y dejar dormir en los sofás de desconocidos. “A fin y a cabo, el riesgo es muy bajo… si te roban cuando estás de viaje, como mucho pierdes un poco de ropa porque es lo único que tienes”. El sistema de seguridad de Couchsurfers se basa en la participación de los usuarios. Cuando uno tiene una buena experiencia, avisan a través de un “voucher” que esa persona es de confiar y también, al revés: cuando alguien resulta sospechoso, se deja un comentario negativo en el perfil.
“Un hostal siempre es la última opción…antes de eso, prefiero el couchsurfing y depende donde vaya, duermo en la playa o si es ciudad, también he dormido en la calle,” dice el brasileño de 25 años que se defiende en 6 idiomas.“Tengo una resistencia fuerte al capitalismo. No me gusta nada que todo en la vida puede ser explotado por el capitalismo. Y eso pasa con el turismo. Todo el viaje está formateado, hasta la gente está formateada.”
Sólo durante la última hora, Alex recibió tres mensajes nuevos a través de Couchsurfing.com y también contestó en inglés una llamada telefónica de una estadounidense buscando techo para el día siguiente. Sus sofás están en alta demanda pero este brasileño se conforma con unas cervezas, una comida casera y nuevas amistades.