Primera Edición
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Surfeando sofàs
KIMBERLEY DONOGHUE

Son las 10 de la noche. En la Plaça Nova de Barcelona, hay un grupo de adolescentes tonteando. Visten chamarras ligeras y llevan latas de cervezas en la mano. Les iluminan las luces que marcan la entrada de la Catedral. Sin embargo, este tesoro gótico sigue tapado por una publicidad gigantesca de Telefónica.

ALEX OLIVIERA CON SU COACH SURFER (Kim Donoghue)

Viendo esa publicidad desde su sofá está Alex Oliveira Neto de São Paulo, Brasil. Alex vino a la capital catalana en octubre para hacer un doctorado en Informática. Vive en un primer piso con dos balcones que ofrecen las mejores vistas de la Catedral. En la verja negra del balcón está colgado un muñeco de Homer Simpson boca abajo para orientar a los turistas que buscan alojarse con Alex.

Sin embargo, Alex no tiene un hostal, ni regenta una pensión, ni siquiera una cama libre. Pero tiene tres sofás asignados para el uso y disfrute  exclusivo y gratuito de sus invitados - mejor conocidos como sus couchsurfers o “surfistas de sofás”. El término viene de la página de web Couchsurfing.com – un foro donde los usuarios intercambian alojamiento para economizar gastos de viaje. Esta semana por ejemplo, una habitación individual en el Hotel Catedral Barcelona  situado en el corazón del Barrio Gótico, cuesta 139 euros.

El perfil basico de un couchsurfer  es el de un joven de entre 18 y 29 años procedente de Europa o los Estados

Unidos, según las estadísticas de la página de web que registra más de un millón de usuarios. Alex fue uno de los primeros promotores del movimiento del alojamiento gratis. Hace 5 años se apuntó a la página de web “Hospitality Club,” que fue la primera de este tipo, y ahora se ha adjuntado también a los couchsurfers.  Al principio, sólo podía beneficiarse de los sofás de los demás porque no tenía suficiente espacio para alojar a más personas. Pero en cuanto pudo, Alex empezó a devolver la hospitalidad que había recibido, aceptando hasta 6 couchsurfers a la vez. Pero poco después, sus compañeros de piso protestaron y se vio obligado a reducir la cantidad de invitados.

“Me gusta tener a los couchsurfers en casa , pero no todo el tiempo,” explica Clara, su compañera de piso de origen francés. “También me gusta estar cómoda en mi propia casa y no tener a alguien nuevo todos los días.”“Me resistí bastante a rebajar el número de aceptaciones porque ha sido una experiencia muy, muy interesante… Hubo unos viajeros realmente simpáticos… hubo unos que vinieron por dos días pero se quedaron una semana porque eran de súper buena onda… y era fiesta todos los días,” dice Alex.

“La comida también es una experiencia especial,” añade mientras coge un trozo de la pizza que ha preparado su actual couchsurfer, Julian Stahl - un veinteañero de Marburg, Alemania. Salió de su país hace 5 semanas y descubrió Couchsurfing en medio camino tras conocer a un australiano en una estación de autobuses en Murcia.“El australiano llamó a su anfitrión quien llamó a un amigo y de ese modo encontré techo en Murcia,” explica Stahl. Dice que estaría encantado de ofrecer su sofá cuando vuelva a casa, pero duda que haya mucha demanda porque “es como Murcia… el culo del mundo… pero con menos cosas para hacer”.

Stahl trae otra pizza a la mesa, esta vez con maíz y cebolla. Y aunque la pizza no es exactamente “el plato típico de alemania” tampoco es la primera vez que los couchsurfers se meten en cocinas ajenas. “Me acuerdo de una cena china que me preparó una amiga de Kirguistán que estaba increíble. También unas chicas portuguesas hicieron una pasta bastante sencilla, pero con una salsa de frambuesa…” recuerda Alex con cara de felicidad. Añade que lo bueno de tener a muchos couchsurfers en casa es que “casi siempre estás comiendo gratis. Y nunca falta cerveza.”

“No me he arrepentido nunca de hospedar a alguien,” declara Alex tras 5 años de dormir y dejar dormir en los sofás de desconocidos. “A fin y a cabo, el riesgo es muy bajo… si te roban cuando estás de viaje, como mucho pierdes un poco de ropa porque es lo único que tienes”. El sistema de seguridad de Couchsurfers se basa en la participación de los usuarios. Cuando uno tiene una buena experiencia, avisan a través de un “voucher” que esa persona es de confiar y también, al revés: cuando alguien resulta sospechoso, se deja un comentario negativo en el perfil.

“Un hostal siempre es la última opción…antes de eso, prefiero el couchsurfing y depende donde vaya, duermo en la playa o si es ciudad, también he dormido en la calle,” dice el brasileño de 25 años que se defiende en 6 idiomas.“Tengo una resistencia fuerte al capitalismo. No me gusta nada que todo en la vida puede ser explotado por el capitalismo. Y eso pasa con el turismo. Todo el viaje está formateado, hasta la gente está formateada.”

Sólo durante  la última hora, Alex  recibió tres mensajes nuevos a través de Couchsurfing.com y también contestó en inglés una llamada telefónica de una estadounidense buscando techo para el día siguiente. Sus sofás están en alta demanda pero este brasileño se conforma con unas cervezas, una comida casera y nuevas amistades.