Primera Edición
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Erasmus
Carlos Vázquez

Hoy es miércoles. Sin embargo, para Viktorija Mikute, una estudiante lituana de 19 años que está de Erasmus en Barcelona, no hay mucha diferencia con otros días de la semana. ¿Cómo hacer la diferencia cuando vives en el Raval, cuando bajas a la calle y siempre hay gente caminando, cuando las tiendas y supermercados parecen no tener hora de cierre o cuando puedes salir de fiesta todas las noches y casi siempre hay que hacer cola para entrar en los locales? En realidad sí hay algo que diferencia los miércoles: a las siete tiene clase de español.

LA FIESTA: ELEMENTO CLAVE DE LOS ERASMUS (Cécile Carrez)

“¿Te has olvidado que tenías una presentación? espero que la prepares para el próximo día”, le dice la profesora de español a Viktorija, que está sentada al final de la clase. Luego tres alumnos hacen sus presentaciones: una francesa, un italiano y un alemán. Están todos de Erasmus y, aunque hablan bastante bien, les cuesta mucho la pronunciación. Después, los alumnos practican gramática y a pesar de la poca participación, muestran mucho interés. Una vez fuera del edificio los estudiantes Erasmus ultiman los preparativos para una noche de fiesta.

“Yo voy al supermercado y compro ron, luego lo llevamos en el bolso”, dice una chica francesa. Todos aportan su granito de arena para asegurarse una noche de fiesta en la que no falte nada. De todos modos mañana ninguno tiene clase hasta las cuatro de la tarde y con tantas huelgas es posible que no tengan en todo el día. La cita es en Cyranos bar a las 11:30 p.m.

Viktorija sale de casa a las seis. Le gusta caminar por las calles del Raval, pasear por la Ramblas y detenerse a ver

las distintas actuaciones de los artistas callejeros. Se para en uno de los kioscos y observa las postales de la ciudad, no se decide por ninguna y sigue su camino hacia Plaza Universitat. Ya casi al final de las Ramblas una aglomeración de gente le llama la atención. Se acerca y poco a poco logra ponerse en primera fila. Es una actuación de acróbatas. Se queda unos minutos observando el espectáculo, absorta. De repente, uno de los artistas se para, la mira y se acerca a ella. Cogiéndole la mano le dice “eres la mujer de mi vida”, Viktorija se sorprende y entabla conversación con él.  Al final, se despiden e intercambian sus teléfonos. Es hora de volver a casa y alistarse para la cita de esta noche.

Viktorija llega al bar con cuatro amigas, el resto del grupo espera dentro. En la entrada, el chico de la puerta les informa de que el local tiene un aforo de 99 personas y está lleno. No pueden pasar. Tras diez minutos de espera, aprovechando que el portero está despistado, Viktorija intenta colarse.  Ya casi dentro, éste la ve y la vuelve a echar. Evidentemente, a las 12 de la noche nadie va a salir de un bar en el que regalan bebidas alcohólicas y palomitas. El vigilante también frustra el segundo intento de Viktorija, que intentaba colarse en cuclillas entre la gente. A la tercera y aprovechando que el portero abandonó su puesto durante unos minutos las chicas Erasmus logran entrar.

El bar está lleno. La mayoría de los asistentes son estudiantes de Erasmus y están bastante contentos. Nadie baila, aunque la música esté a todo volumen, ya que no hay espacio.  Viktorija habla con sus amigos, brinda, bebe y ríe. Luego, un chico italiano se acerca y le propone una copa, ella acepta. Van a la barra y otro italiano se une a la conversación. El primero se va, luego el segundo, el tercero y todos con copa incluida. A las dos y media el local cierra y Viktorija se tienen que ir.

Uno de los peores momentos en la vida de una estudiante Erasmus es cuando se acaba la fiesta, la cabeza le da vueltas, y además tiene que volver a casa caminando sola. Viktorija baja por las Ramblas con un único objetivo: llegar a su cama. Un vendedor de cervezas le propone “dos por el precio de una” pero ella rechaza la oferta. Un poco más abajo se cruza con dos prostitutas que pasean buscando clientes, pero ya no hay casi nadie.  Cuando Viktorija está a punto de llegar a su casa, alguien le grita “¡guapa, guapa!”. No hace caso, pero ante la insistencia se gira para ver quién es. ¡Es el acróbata! Hablan y al final, cómo ya todo está cerrado para tomar algo deciden que dos por una no es un mal negocio.