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Dichosas bambas, zapatero

"Las personas se ven el talón gastado y así van pasando los meses"

JOAN MASSONI

Uno de los comentarios más escuchados en la calle, medio en broma medio en serio, es que si la situación económica sigue empeorando “volveremos a coser los calcetines y a reparar los zapatos”. Los zapateros que quedan en la ciudad se han convertido en auténticos supervivientes de unos barrios que ven morir estos comercios “de toda la vida”. La mayoría de sus compañeros han ido cerrando por razones diferentes: porque la siguiente generación no continuó el oficio, por el elevado precio de los alquileres o  como dice el zapatero Carlos Pérez, porque la gente se ha pasado al calzado de goma.

Reportaje: Dejar para pagar
Juan Embio, zapatero

En el pasado, los zapateros padecieron una doble crisis: la de la modernidad y la de la opulencia. En los noventa, el sector del calzado en general se enfrentó a una gran competencia desconocida hasta entonces, que venía de China. Después, la gente dejó de comprarse calzado “duradero”. Y por último, los zapateros vieron cómo subía el precio del alquiler de sus locales, por encima de lo que podían permitirse con los frutos de su producción artesanal. Ahora ni están en crisis ni dejan de estarlo. Los que han sobrevivido tienen trabajo pero pocos beneficios. Ya no hay costumbre de comprar zapatos buenos y cuando se rompen,  se compran otros.

Hoy en día, la mejor manera de encontrar un zapatero en un barrio es preguntando. Quedan tan pocos, que todo el mundo los conoce. Son imprescindibles, a pesar de lo poco que los visitamos. Cuando los necesitas, si no los encuentras, las pasas canutas. Muchos para ganar un poquito más copian llaves. En sus rótulos, vemos como algunos han querido adaptarse al márketing de la modernidad: “calzado rápido”.

“Tenemos mercado porque quedamos pocos. Pero por más rápido y por más negocio que tenga, yo trabajo con las manos”, comenta Juan Embio, un zapatero del barrio barcelonés de Hostafrancs. Por esta razón Juan dice que “no” moviendo la cabeza y esboza una sonrisa cuando se le pregunta si los zapateros ahora se van hacer de oro. Este artesano de 55 años insiste mucho en que pagan los mismos impuestos que una joyería en el Passeig de Gràcia.

Una clienta, cuyo marido es transportista, comenta con vehemencia que “es una vergüenza como han tratado a los autónomos en este país”. A Juan, con herramienta en mano, le sorprende que los políticos se llenen la boca de que quieren proteger los oficios con lo difícil que es contratar a un aprendiz. Asegura que “si quieres tener un aprendiz, en lugar de premiarte te castigan”. Carlos Pérez, zapatero de 75 años, explica que el oficio está en peligro de extinción porque la gente ya no lleva zapatos auténticos. Pone el ejemplo del calzado tipo bamba. “Ni los zapatos son ya zapatos, porque tienen la suela de goma”.

Cada vez hay menos zapateros en la ciudad

Sus clientes siguen siendo las señoras que llevan botas y los ejecutivos de las empresas, que todavía reparan su calzado, aunque tardan en hacerlo. “Miran el talón, lo ven gastado y no vienen hasta al cabo de unos meses. Cuando ya no hay nada que hacer”, protesta Carlos.
Pedro Maillo, un zapatero del barrio de Badal de unos treinta años, lo tiene más claro: “cuando sale el sol, lo hace para todos”

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