PORTADA | Chatarra | El precio de las cosas sin valor

La chatarra del 22@

¿Cuál pesa más? ¿Un kilo de lata con crisis o un kilo de lata sin crisis?

OLAIA OCERÍN

Sobre las doce del mediodía, por las calles de Poble Nou aparecen los carritos de compra cargados de chatarra. En el barrio barcelonés del 22@, los altos edificios de oficinas, la nueva tecnología y la Torre Agbar conviven con los espacios dedicados a la compraventa de chatarra.

Reportaje: Mercado de metales pobres
Una de las chatarrerías del barrio

Manuel, un vecino del barrio, me explica cómo llegar a una chatarrería cercana a la plaza de les Glòries, aunque cree que ha cerrado hace unos días. Efectivamente, al llegar a la dirección que me ha indicado Manuel, compruebo que solo hay una enorme puerta metálica cerrada. Un hombre me explica, sin preguntarle nada, que el establecimiento no está abierto desde hace cuatro días. Añade que el dueño tiene otro local que sí sigue funcionando en el mismo barrio, en la calle Pere IV. De camino a la segunda chatarrería, compruebo que un par de chicos buscan en los contenedores de basura, mientras sus carritos de la compra esperan irse llenando poco a poco.

No quieren hablar conmigo, solo me dicen que este trabajo no les da para sobrevivir. Llego a Pere IV y encuentro el local abierto. Desde un camión aparcado enfrente de la puerta, tres hombres hacen una pequeña cadena para desmontar la mercancía.

El jefe de la empresa, Enrique Ruré, le paga a un particular unos 80 kgs de chatarra. “La cosa en este negocio está muy mal. Antes, 1kg de chatarra se pagaba a 20 céntimos, ahora a 4. Desde finales del año pasado, estamos recogiendo la mitad de material. ¿Sabes lo que quiere decir eso, no? Que la gente ya no tira sus cosas así como así. Nos lo pensamos dos veces antes de comprarnos un ordenador nuevo.”, explica Enrique sin apenas preguntarle nada. Dice también que otro de los grandes problemas es que muchas empresas hayan cerrado. La chatarrería de Enrique Ruré ha perdido muchos contactos que proporcionaban una gran cantidad de mercancía. Él mismo me indica cómo llegar a otro punto de movimiento de chatarra.

Se trata de un lugar difícil de definir en la calle Tánger, en pleno barrio 22@. No es un local, como el anterior. Es algo parecido a un campamento de caravanas  inundado de chatarra. Justo enfrente, furgonetas mal aparcadas y cargadas con ordenadores, sillas, estufas... Nada más entrar, me encuentro con José Antonio, un chatarrero portugués, con las manos negras de grasa porque está en plena faena.

No quiere explicarme muy bien el funcionamiento del lugar como “empresa” porque dice no ser el jefe. Tampoco sabe cuándo vendrá el jefe, ni siquiera si vendrá ese mismo día. Pero sí me habla de su trabajo y su situación. José Antonio se dedica a recoger chatarra desde hace unos 5 meses. Antes trabajaba como electricista y se quedó en le paro: “Ya sabes, la crisis. Este trabajo está fatal, pero peor es estar sin hacer nada. Aunque yo no sé cómo acabará. Hace 5 meses llenábamos una furgoneta al día y ahora conseguimos dos en toda una semana”.

Un trasto no recogido

José Antonio explica que, así como la mercancía ha bajado en cantidad, cada vez hay más gente que intenta sobrevivir recogiendo chatarra: “Aquí no compramos chatarra, la recogemos nosotros. Pero hay un negocio cercano donde compran y cada día ves una procesión de gente con carritos, la verdad no muy llenos”.

Se refiere al negocio de Enrique Ruré. Efectivamente, un día en el 22@ sirve para darse cuenta de que los chatarreros van y vienen sin horario, pero sin interrupciones

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