PORTADA | Prostitución | ¿ Ellas también cobran menos ?

Hacerlo en tiempo de crisis

La situación económica afecta al oficio más antiguo del mundo

ANDREA VENTURINI

“¿Vamos a follar?” Sonia busca mi mirada mientras ando solo por Las Ramblas, una noche entre semana. Me agarra del brazo y anda conmigo, tratando de convencerme para que me aparte con ella en una de las calles laterales donde, dice, tiene un piso. Las prostitutas de las Ramblas son así: cuando ven un hombre, o un grupo de hombres, que pasea en la calle más famosa de Barcelona, lo agarran e intentan empujarlo hacia un lado del paseo, en una de las muchas callejuelas de la ciudad antigua. Sin embargo, esta crisis económica parece haber afectado también al oficio más antiguo del mundo.

Reportaje : Sin dinero y sin sexo
Las prostitutas sufren los efectos de la crisis

El crack financiero de los bancos, además de arruinar empresas, provocar una serie espeluznante de despidos y contraer el crédito, ha influido también en el bolsillo de los puteros quienes, antes de meter mano a la cartera para pagar sus veinte minutos de amor semanal, se lo piensan dos veces. “Tengo menos clientes que antes”, me dice Sonia en perfecto inglés, “y los hombres regatean mucho más. Se quedan durante un rato pactando el precio a la baja, hasta la mitad de lo que les pido”, continúa.

Esta prostituta tiene veintidós años, es de Nigeria y viste sin excentricidades, escotazos, minifaldas, ni con esos vertiginosos tacones de aguja que marean solo de verlos. La mayoría de las prostitutas de Las Ramblas es compaisana de Sonia. Aparentemente todas ellas tienen un chulo que, a veces, es el mismo que se acerca a los paseantes con cervezas y les ofrece entre cuchicheos hachís y cocaína.

Cuando le digo que yo soy italiano, Sonia comienza a hablar en mi idioma, que parece controlar mejor que el castellano. Dice que nunca ha estado en Italia, pero que ha aprendido algunas frases para abordar a los clientes de ahí que, según ella, son muchos. A diferencia de las otras prostitutas que abandonan su presa cuando sienten que ésta no esté interesada, Sonia sigue caminando y charlando conmigo. La gente pasa al lado de nosotros y nos mira con cierta diversión.

Parece que Sonia no haya tenido una conversación normal con un hombre desde hace mucho tiempo. Me pregunta desde cuándo estoy en Barcelona, qué hago, por qué no me afeito. Su tono es más relajado, ha dejado por unos minutos el papel de comercial del sexo. Es como si se tomara una pequeña pausa, un café y un cigarrillo, y ya no me invita a consumir. Sus compañeras siguen subiendo y bajando por Las Ramblas, y la miran como a una loca. El tiempo es dinero, sobre todo en este periodo en que los hombres tienen menos pasta para gastar en amor efímero. “Muchos clientes ya no piden un servicio completo y se limitan a disfrutar de una felación”, confiesa Sonia cuando nota que quiero volver al tema que tanta curiosidad me suscita.

Al otro lado del paseo hay un hombre mayor. Viste una americana de terciopelo y un cárdigan, lleva una carpeta bajo del brazo y parece conocer a todas las prostitutas. Se para a charlar con un par de ellas y les pregunta donde está su chica preferida. Una se marcha y al rato vuelve con otra. La recién llegada saluda al hombre como si se tratara de un viejo amigo, y enseguida desaparecen por una calle contigua .

Prostitutas en la Rambla del Raval

De repente Sonia se convierte de nuevo en mujer de negocios y vuelve a invitarme a disfrutar de sus servicios. Rechazo su oferta, de modo que se despide de mí con dos besos en la mejilla y una sonrisa. “Hay que volver a trabajar. Ya que hay crisis, tengo que agarrar los pocos clientes que hay”
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