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Servidumbre en Pedralbes
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Por Iván
Bolaño Doforno |
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Ellas
se reúnen por las mañanas, casi cada día, en un
parque de Pedralbes. Mientras los niños juegan
en los columpios y hacen castillos en la arena,
ellas charlan y comentan relajadas cómo les ha
ido el día. Un buen rato después de haber llegado,
y como si el timbre del fin del recreo sonara,
recogen a los pequeños, los sacuden un poco para
montarlos en las sillitas, y se dirigen empujándolas
a sus casas. Todas tienen algo en común: son latinoamericanas,
jóvenes, cobran poco y cuidan a niños para ganarse
la vida. |
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Es la historia de muchas chicas que, como
Katsia Vega, llegan a Barcelona con la esperanza
de trabajar, ganar dinero y vivir dignamente.
"Me levanto muy temprano para llegar a casa
de los señores y quedarme a cargo de la
pequeña María. Le doy de desayunar, la visto
y más tarde nos vamos a dar un paseo". Es
entonces, al mediodía, cuando Katsia, boliviana
de 27 años, se dirige al parque con la pequeña
y cargada de biberones, pañales e instrumentos
de primera necesidad, en donde aprovecha
las horas más calientes del día. "Antes
trabajaba limpiando en el Hospital de Vall
d´Hebron, donde conocí a los padres de María.
Me ofrecieron trabajar cuidando a su niña"
comenta Katsia, "Cuando llegué aquí, |
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me di cuenta de que había muchas chicas
como yo, niñeras, y desde entonces siempre
salgo a pasear por este parque. Somos
todas de países diferentes, sobre todo
latinoamericanos, y aquí dialogamos, nos
conocemos".
Ellas representan las exigencias de una
sociedad que parece que le tiene reservado
los mismos trabajos siempre a las mismas
personas, “las inmigrantes cobramos
poco, y por eso nos encargamos de hacer
lo que nadie quiere o lo que peor se paga”.
En sus ojos se descubre la esperanza casi
agotada de hacer realidad sus sueños.
“Me hubiera gustado poder estudiar
y ser algo bonito en la vida”. Comparten
vivencias y sensaciones de lo que supone
vivir alejadas de sus países y
de su familia. “Hablamos de cómo
hemos llegado hasta aquí. Es reconfortante
charlar con alguien que está en
tu misma situación”, reconoce
Katsia. Aquí el trabajo que le
ha destinado la sociedad no les aporta
la comodidad económica |
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deseada.Sin
embargo, la mayoría reconoce llevar una
vida lo suficiente estable como para plantearse
el continuar con este trabajo durante un buen
tiempo. “Mí sueldo es de 700 euros
al mes y aunque no es gran cosa. Puedo llevar
una vida digna”, afirma América Pérez,
boliviana de 38 años. Ella llegó
hace ya varios años a España, “primero
trabajé en una casa en Marbella, pero allí
no me sentía a gusto. Luego me vine a Barcelona
y me puse a cuidar a Inés”.
No renuncia a tener un mejor trabajo, y está
interesada en realizar algún curso para
cuidar niños o ancianos. “En mi país
era ingeniero agrónomo. Pero no me quedaba
más remedio que viajar a España
ya que mi situación en Bolivia era penosa.
Ahora estoy contenta con lo que hago. Inés
es un encanto y ya le he cogido mucho cariño.
Llevo casi 2 años con esta familia, desde
que la niña tenía 15 días.
Ahora me tratan como una más, e incluso
me voy con ellos de vacaciones”. Es común
en ellas el sentimiento de encontrarse cómodas
en las familias y el afecto que llegan a tener
por los pequeños. “Es lo más
agradable, ver crecer al pequeño. Me va
a dar mucha pena cuando me tenga que separar de
él, es casi como mi hijo” comenta
América. Todas coinciden en que son demasiadas
las horas que se pasan con los pequeños,
casi doce al día, lo que les desarrolla
un instinto materno hacia ellos.
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Para
hablar de su vida personal, algunas se sienten
incómodas, sobre todo para aquellas que
están acompañadas de sus “señoras”,
quienes no les permiten contacto con las otras
chicas del gremio. Son las ‘castigadas en
el recreo’, chicas ilegales que en presencia
de su jefa no pueden tener relación más
que con los niños a los que tienen que
vigilar. “Existen dos tipos de cuidadoras”
confiesa Sofía, una ecuatoriana de 32 años,
“las que son criadas y las que no lo son”
y añade “hay que tener suerte con
los jefes”. |
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