Carrera de obstáculos
Por Àlex Martín
Piedad Balibrea tiene 42 años. Cada mañana, a las 6:45 de la mañana, el estridente sonido del despertador zumba puntual en sus oídos y la invita a levantarse para ir a trabajar. Desayuna café con leche y tostadas junto a su marido y sus dos hijos. Se viste y asea y, casi una hora y media más tarde, está lista para afrontar su carrera de obstáculos diaria. Pero Piedad no es atleta: vive en Roquetes y no puede caminar por si sola. Acomodada en una silla de ruedas convencional, una de las muchas que la han acompañado desde hace 40 años que enfermó de poliomielitis, Piedad enfila decidida al recibidor de su edificio, preparada para salir a la calle. No puede. El pequeño escalón de veinticinco centímetros de la portería de su casa la separa de su objetivo: primer obstáculo. Pero Piedad tiene suerte. Dos prótesis, unas caderas robustas y un par de muletas la ayudan a andar sin necesidad de la silla: contratiempo superado. Poner los pies en la calle es sólo el principio, es el pistoletazo de salida de su odisea particular. Mil metros escasos la separan de su meta matutina, la distancia hasta la oficina en la que trabaja. Recorrerlos a pie resulta imposible. Los fuertes desniveles, la gran cantidad de escaleras y los coches aparcados sobre las aceras y pasos de peatones se transforman en muros demasiado difíciles de superar. Tampoco existe ningún transporte público adaptado: segundo obstáculo, insalvable. Pero Piedad sigue teniendo suerte. Posee un vehículo adaptado y, si el vehículo falla, los brazos de su familia se convierten en sus piernas. "Si no fuera por el coche y por mis hijos no podría ir a trabajar. De hecho, no podría ni salir de casa", afirma resignada.
El caso de Piedad no es el único. Las historias que cuentan Javier, Montse, Araceli o Jordi, también vecinos de Roquetes con problemas de movilidad, son muy parecidas. "El barrio está lleno de escaleras, la mayoría sin pasamanos, y si no me puedo agarrar a nada no las puedo bajar", explica Araceli de la Fuente, aquejada de una parálisis cerebral que afecta a la movilidad de sus piernas. "Cuando llueve es terrible. Todo el mundo resbala en las bajadas. Sabemos que vivimos en la montaña pero hay muchas cosas que se pueden mejorar", añade Jordi Rietos, también discapacitado físico. Un nuevo ascensor, que subirá hasta el techo de Roquetes permitirá, a partir del año que viene, cruzar en vertical todo el barrio sin tener que usar ninguna
escalera, y se convertirá en otro punto de apoyo para todo aquél al que la fuerza de sus piernas se lo requiera. "Sabemos que Roquetes es una zona de montaña, por eso muchos de los proyectos urbanísticos que se llevan a cabo buscan facilitar los desplazamientos por el barrio", dice Elena Amat, arquitecta municipal. A pesar de las mejoras, los vecinos siguen sin conformarse.
“Una de las metas para el próximo año es la redacción de un plan de movilidad en el que pedimos nuevos ascensores y escaleras mecánicas, suelo antideslizante, pasos de peatones rebajados y pibotes para que los coches no estacionen. También contendrá un listado de los caminos más seguros y accesibles, para que los niños, ancianos y discapacitados se puedan mover con facilidad”, comenta Amparo Iturriaga, presidenta de la asociación de vecinos. “No pedimos imposibles, pero que respeten el código de accesibilidad de
la ciudad y coloquen sistemas mecánicos necesarios allí donde sea posible”, explica un portavoz de los Servicios Técnicos del Instituto Municipal de Personas con Disminución. Pero allí donde falte un pasamanos, siempre habrá un brazo en quien sujetarse. Allí donde no lleguen los ascensores o una cuesta se empine demasiado, habrá un hombro en quien apoyarse. "Aquí he recuperado el calor humano", sonríe Jordi. Porque Roquetes desprende aquel aroma a pueblo, aquella sensación de que todo el mundo se conoce, aquella seguridad de que siempre habrá una mano amiga dispuesta a ayudarte a sortear los obstáculos. "Siempre estamos dispuestos a echar una mano", dice Amparo.
"Sé que vivo en plena montaña, pero me adapto, porque vivir aquí me compensa", afirma Piedad. Y día a día, Roquetes también se adapta, se transforma, en ocasiones a marchas forzadas, para que la vida no se convierta, para algunos, en una carrera de obstáculos.