"Yo no soy prostituta. Sólo necesito dinero"
Por Nancy Jhonson
Soraya de 27 años y Fátima de 32, son dos mujeres marroquíes practicantes del Islam llegadas a España hace más de 4 años la primera, y 6 la segunda, para las que la prostitución supone un complemento económico en su particular lucha por salir ellas, y sus familias adelante.
"Para las demás prostitutas somos las moras, y las mujeres marroquíes ni nos miran a la cara", dice Soraia, que ejerce la prostitución en la calle Sant Ramón en el barrio del Raval. No se suele relacionar al colectivo marroquí cuando se habla de prostitución, estamos demasiado acostumbrados a oír hablar de las mafias de Este, las sudamericanas o las del África negra.
En el Raval, las mujeres marroquíes que trabajan en la prostitución lo suelen hacer de manera independiente, sin la utilización de un proxeneta, y sin haber sido inducidas por ningún tipo de mafia. "Trabajo cuatro horas en la calle por la tarde y tres horas más limpiando por la mañana en una casa", dice Fátima, otra marroquí de la calle San Ramón que tiene a sus padres viviendo en Lleida, y que se vino a Barcelona cansada de no encontrar trabajo allí. Esta es la realidad de casi todas las mujeres marroquíes que ejercen la prostitución en el barrio. La inmigración magrebí en España es casi la mitad del total de la inmigración que recibe España, de las cuales la mitad son mujeres.
La mayoría de ellas envía cada mes una parte de su sueldo a Marruecos. Muchas de ellas juntas en pisos, y están marginadas por sus compatriotas, "la cultura marroquí es muy cerrada, y aunque existen las prostitutas, no son bien vistas por los nuestros, y mucho menos si lo hacemos aquí, en España", dice Fátima. Repudiadas por los suyos, las prostitutas marroquíes se solidarizan entre ellas. Muchas suelen tener "amigos", clientes habituales, e intentan llevarse bien con el resto de "compañeras", aunque eso no les evita ciertos momentos de racismo, sobre todo por parte de las españolas, para las que son "las moras".
La manera de trabajar la calle en el Raval es bastante metódica: Cada calle tiene unos precios asignados y entre las propias prostitutas se intenta que ninguna baje los precios para evitar así una competencia desleal. Fátima y Soraya hablan de 30 euros más la
habitación que corre a cargo del cliente. “Hay días en lo que te vas a casa con 200 euros, y otro en los que no ganas nada, hay que tener en cuenta que no siempre hay clientela”, cuenta Soraya.
Pese a la entrada en vigor de la nueva ordenanza municipal que prohíbe el ejercicio de la prostitución en las calles de Barcelona, ellas no se sienten intimidadas. “Los seres humanos somos animales y el sexo es la evidencia más clara de lo que digo, siempre va a haber prostitución”. Lo que sí les da realmente miedo es el SIDA. Y son muy conscientes de los mecanismos de prevención, aunque Fátima reconoce que alguna vez no utiliza preservativo en sus relaciones. “Hay clientes que se ponen muy pesados con ese tema”, dice. Acuden regularmente a las revisiones ginecológicas, y según Marina Silla del Centro de Asistencia Primaria Raval Sud en Barcelona, “las marroquíes son el colectivo que más caso hace a nuestros consejos, son limpias y son concientes de los riesgos”. La mayoría de las mujeres marroquíes que se prostituyen en Barcelona utilizan siempre el preservativo con sus clientes.
Ninguna de ellas pretende quedarse a vivir en España, únicamente están de paso, haciendo dinero o tratando de hacerlo, la prostitución simplemente es el vehículo para llegar a ahorrar algo.
“España me parecía un sueño”, dice Soraya, pero ahora que pisan suelo español, estas prostitutas, dependientas, cuidadoras de ancianos, lo único que quieren es despertar pronto, y volver con lo suyos, “quizá tenga más dinero que cuando vine, pero no creo que nunca sepa si me ha valido la pena de verdad”, dice Soraya con un dejo de melancolía.