La herida del hundimiento
Por Vicente Pastor
El Carmel está situado en la zona alta de Barcelona, donde el terreno es rocoso y las calles tienden a ser estrechas e inclinadas. Entre sus atractivos está su consolidación como barrio con sus tiendas tradicionales y un mercado que es el corazón del barrio.
El 27 de enero de 2005 la vida cambió para los vecinos del barrio. Ese día, 5 inmuebles se derrumbaron por las obras de la línea 5 del metro. El incidente, que según la Generalitat fue responsabilidad de la empresa constructora, afectó a casi 1.300 personas. Un año después, 1.074 de ellas volvieron a sus hogares, mientras que aún hay 162 que viven en otros domicilios y 40 que residen en hoteles.
El hundimiento perjudicó a 236 comercios: de ellos, la mayoría pudieron reabrir; pero aún quedan 29 cerrados y 3 que no volverán a retomar su actividad. La Generalitat dispuso un total de 3,7 millones de euros para indemnizar a los comerciantes, pero hay 19 que decidieron querellar a la administración antes que recibir este dinero.
Por otro lado, el 90% de los comercios afectados han firmado con la Generalitat un Convenio de Reurbanización de un nuevo espacio, situado en el solar de los hundimientos (entre las calles Sigüenza y Concà de Tremp y el pasaje Calafel), donde se levantará un edificio de viviendas de protección oficial.
José M. Mas, presidente de la Asociación de Comerciantes del Carmel Centre, reconoce que al principio fue complicado organizar a los comeciantes. “Siempre se intentó facilitar la ayuda de abogados a los comerciantes para orientarlos en los trámites legales”, dijo.
Sin embargo, el recuerdo del hundimiento sigue presente. Lluisa Páez de 40 años, comparte con su hermana un negocio familiar de joyerías que lleva más de tres décadas y media de existencia. “Como no ví las cosas claras, contraté un abogado y puse una querella a la Generalitat”, dice.
“Después de todo este tiempo me siento timada”, reflexiona Maria Francisca Viso, de 53 años y viuda con tres hijos. Hace diez años que trabaja en un bar del barrio, y pensó en abandonarlo cuando fue cerrado, pero dado que es un negocio familiar decidió seguir adelante. Incluso continuó abonando el alquiler todos los meses. “He pedido un préstamo de 20.000 euros para la reapertura, pero me he visto endeudada hasta la cabeza”, cuenta. En enero de 2006 Mari pudo abrir de nuevo.
José Montero, propietario de una juguetería, tiene una postura diferente a varios comerciantes. “Me siento gratificado por la Generalitat, todo han sido ayudas”, dice. Es el único que trabaja en su tienda, sólo ayudado por su mujer que iba de vez en cuando a echarle una mano. “No podía tener mucho tiempo cerrado, porque de esto vivimos mi mujer y yo”, señala.. En diciembre de 2005 ha reabierto su juguetería para aprovechar la temporada navideña.
Desde un principio los medios de comunicación reflejaron la polémica desatada entre los vecinos y el gobierno autonómico, debate que dura un año después. El ánimo de los comerciantes mejora al mismo tiempo que pintan las paredes y cambian los suelos de sus tiendas, pero en cada una de ellos quedará la cicatriz del hundimiento.