La integración cultural al alcance de todos
Por Ferran Climent
Buenas tardes, quiero aprender catalán y yo puedo enseñar francés”. Éstas son las palabras de Saïb, inmigrante del Magreb de 23 años, que acude a la Biblioteca Ignasi Iglèsias-Can Fabra, situada en el barrio de Sant Andreu.

El afán de este centro por ser un elemento de integración en la vida del barrio es la clave de su éxito. Desde que abrió sus puertas, en septiembre de 2002, su uso por parte de los vecinos aumentó y la aceptación de los andreuencs es un hecho. La biblioteca del barrio, que es también la del distrito, ocupa 6.000 metros cuadrados, el equivalente más o menos a media cuadra del Eixample, y recopila una montaña de más de 60.000 documentos.
Esperanza Tàrrega, directora del centro, piensa que “el objetivo es ofrecer un verdadero acceso democrático a la cultura y al conocimiento”. Tàrrega asegura que a la biblioteca “viene gente no sólo de Sant Andreu. Nosotros somos un centro especializado en el

mundo del cómic y esto hace que aquí venga gente de otros barrios de Barcelona, e incluso de fuera de la ciudad”.
Can Fabra no se queda ahí. Los métodos que la dirección utiliza para intentar mezclar entre sus paredes a gente de todo tipo y procedencia consisten en cursos que van desde Lletres del Magreb hasta La Cuina del món. Pero la actividad estrella es la que se realiza todos los días de la semana a las 21:00: intercambio de parejas para aprender idiomas. Un lunes un catalán aprende inglés con un angloparlante, y al día siguiente éste le enseña catalán a él. A este curso asisten personas de diez nacionalidades distintas. Además, el hecho de ser gratuito facilita encontrar a inmigrantes que muestran su cultura sin tabúes. Estos talleres pretenden mezclar a andreuencs, barceloneses e inmigrantes para que vean y aprendan de todo y de todos.
Simona Francini, estudiante Erasmus italiana, acude cada martes para charlar en castellano con Victoria González, argentina, quien los jueves recibe su clase de italiano. Simona afirma que “es una idea genial” y que les viene muy bien en su aprendizaje. Además conocemos a gente, añade Victoria.
Pero la integración de los inmigrantes en la vida del barrio no es el único objetivo del centro. La introducción al mundo de la lectura de los más pequeños también forma parte de la política de la dirección. “De manera mensual niños de diferentes colegios visitan la biblioteca. Además, en nuestra programación tenemos en cuenta a los más pequeños, y todas las semanas hay cursos y talleres destinados a ellos.”, asegura Esther Corbera, funcionaria del centro. Para los niños no sólo hay actividades destinadas a fomentar la lectura, sino que también se quiere poner a su disposición el acceso al mundo multimedia.
Los usuarios y trabajadores de la biblioteca saben en qué momento vive y “la educación y la introducción a las nuevas tecnologías nos preocupa. Por eso organizamos todo lo que podemos para acercar de la manera más didáctica posible, a la gente mayor y no ‘tan mayor’, a este mundo desconocido para ellos”, afirma Tàrrega.
El uso de estos avances contrasta con la historia del edificio: los libros, ordenadores, salas multimedia, exposiciones, cursos, talleres y demás, han desplazado a las máquinas de tejer, chimeneas y humos que en su día ocuparon ese espacio. Pero la rehabilitación del centro ha mantenido ese aire a antigua fábrica: marcos de madera, el mismo color en las paredes y el ladrillo obra vista.
Este edificio perteneció durante cien años a una poderosa empresa textil que en la década de los 80 cerró sus puertas. En ese momento, diferentes colectivos del barrio empezaron una campaña para que la fábrica no se convirtiera en bloques de apartamentos. Muchos de los vecinos querían conservar el edificio para equipamientos sociales, destinados a los habitantes del barrio.
Can Fabra para el barrio” fue el lema que protagonizó la lucha vecinal durante más de diez años. Lo que no sabían los que emprendieron la batalla contra los planes del Ayuntamiento era el éxito que iban a tener.
Hoy no es la antigua fábrica que un día fue, ni tampoco la simple biblioteca que por fuera parece. Simona y Victoria acuden después de sus clases a la cafetería de la ‘biblio’ para tomar una cerveza mientras escuchan música en directo o disfrutan de las exposiciones de los artistas del barrio.