La calle Garcilaso, núcleo del casco antiguo y futuro de La Sagrera

Por Sabrina Carrera

A primera vista, es un descampado, invadido por los coches de los vecinos o por los de las personas que trabajan por esta zona de La Sagrera. El suelo está lleno de escombros, de objetos destrozados, de piedras y montones de tierra.  Incluso parece que se han  bombardeado edificios y que no se ha vuelto a reconstruir la calle. Una antigua fábrica, probablemente uno de los próximos edificios que se derribará, podría servir de escenario para realizar una película sobre el ghetto de Varsovia, aunque la Guerra Civil ha sido su realidad, pues restos de metralla se pueden observar todavía en uno de sus muros. Sus ventanas medio abiertas y sus cristales rotos son tantos ojos reventados que miran o reflejan el barrio, no se sabe si con nostalgia o distante ironía.
El Carrer Garcilaso, entre Gran de La Sagrera y  la Meridiana, es el espacio de una de las remodelaciones más importantes dentro de la transformación del barrio, con cara al futuro y a la llegada del AVE. Centro del casco antiguo, antes punto de conexión entre La Sagrera y Horta, esta calle refleja el continuo contraste que ofrece La Sagrera. Es un barrio entre dos épocas, entre dos mundos y dos realidades, la del barrio obrero de los siglos XIX y XX, y la del futuro, moldeado por el flujo de la circulación urbana. Siempre fue una vía importante que desembocaba, y desemboca, en la calle Gran de La Sagrera, donde se concentraba toda la industria de la zona, textil, jabonera y harinera. Hoy en día, sus fronteras se diluyen como las aceras inexistentes de varios tramos de la calle.

Así amanece el barrio algunas mañanas, por no decir todas, con el malestar que supone vivir entre edificios medio derribados. Aunque saben que la nueva estación ofrecerá una gran conectividad para los usuarios y hará de La Sagrera un referente para toda la ciudad, los vecinos, según la Associació de Veïns, tienen algunas inquietudes con respecto a las consecuencias inherentes a la reurbanización del barrio que acogerá la estación del tren de alta velocidad. Las obras de reordenación de la calle Garcilaso todavía parecen estar estancadas, pues sólo se han derribado edificios entre esta calle y la calle Oliva.
Pasado el año 2003, parece que el ayuntamiento no ha tenido prisa por acabar las obras. Esa es la versión, al menos, de Oleguer Méndez y Enric Barris, respectivamente presidente y vice-presidente de la Asociación de Vecinos.En 2002, este colectivo elaboró un proyecto para la remodelación del barrio con la colaboración del arquitecto y fotógrafo fundador de la “Nau Ivanow”, Xavier Basiana.

La propuesta puede resumirse en cuatro ejes fundamentales: el primero es que no quieren que la futura calle Garcilaso sea una nueva “autopista”, pues ya tienen la Meridiana que cruza todo el barrio. El segundo subraya la necesidad de “no estropear la plaza de Ciutat d’Elx”. El tercero es que esta calle tendrá que permitir la movilidad del tránsito dentro del barrio. En fin, quieren que sea “una calle ejemplar de Barcelona donde se refleje el nuevo pensamiento de los ciudadanos, respetando la naturaleza, el pasado y el entorno”. El objetivo es crear un boulevard con un carril para los autobusesy otro para las bicicletas, así como un paseo que permita evitar el agobio de la circulación.
Frente a estas propuestas y a la presión de los vecinos para que las obras vayan más rápido, el Ayuntamiento es más parco en palabras. Según Pedro Barragal Ramos, técnico en urbanismo del distrito, las obras son todavía un proyecto que se está elaborando y se tiene que presentar, en los próximos meses, un documento previo para fijar las posiciones de los vecinos del barrio frente a las del Ayuntamiento. Las obras son muy complejas y aún se ignora la fecha de su finalización. Pedro Barragal Ramos también añadió que todavía se tienen que adjudicar las obras a una empresa y encontrar la financiación necesaria. No parece que el decorado desordenado y frágil que, de momento, ofrece la calle Garcilaso se transforme de inmediato.
Por la calle pasan jóvenes con mochilas, gente que va a trabajar. Son las ocho de la mañana. Tres obreros están agujereando el descampado. No parecen ser suficientes para encargarse de la transformación de la calle... Sólo están arreglando un trozo de acera que complica el pasaje. El polvo se levanta, cae sobre la multitud de coches aparcados caóticamente y ensucia la luz del amanecer de una fría mañana de otoño. Todo tiene color de tierra, barro y espera.