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Los
hundimientos del Carmel cumplen un año |
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Por
Vicente Pastor |
El
próximo veintisiete de enero se cumple
un año tras el derrumbe de las obras del metro
en el barrio del Carmel. Las vidas de los afectados
han cambiado durante estos meses, la inestabilidad ha
sido un factor primordial. Cristina Ramos, de cincuenta
y dos años, y su marido de cincuenta y siete,
han visto pasar los meses como si de años se
tratara. “Me quedé sólo con
la ropa que llevaba puesta y el bolso”. |
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Su historia se remonta treinta
y siete años atrás, cuando deciden
ir a vivir al Carmel por motivos laborales.
Trabajaban en el mercado central, ubicado
en la calle
Llobregós. Su casa estaba en la
calle Sigüenza, a cincuenta metros.
Sólo vivían los dos en el piso,
ya que su único hijo se había
independizado hacía seis años.
El 27 de enero de 2005 el inmueble en el que
vivían sufrió daños,
quedando parcialmente derribado. Ahora los
obreros trabajan de manera intensa en la finca
donde vivía de Cristina, en una zona
rodeada de maquinaria de trabajo y cubierta
de telas, tarimas y contenedores de escombros.Cristina
y su marido forman parte de las casi 200 personasque
siguen a la espera de recibir su piso.
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La mayor parte de los afectados están
distribuidos en distintos hoteles en Barcelona,
entre ellos Hotel Catalonia el Putxet
o Catalonia Suite, donde residen hasta
el momento Cristina y su marido.
Ella fue una de las primeras personas en solicitar
ayuda psicológica para los afectados.
Tras el derrumbe de los edificios, sufrió
un infarto y estuvo hospitalizada durante dos
semanas. Su mayor apoyo hasta el momento han
sido su marido, su hijo y la psicóloga
que todavía visita.
En ningún momento ha querido reivindicar
sus quejas ante el Ayuntamiento y la Generalitat,
lo consideraba inútil. Hoy está
satisfecha de no haber perdido el tiempo discutiendo
sobre lo que le pertenecía y lo que no.
“En estos casos no hay vuelta atrás,
aquello pasó porque pasó, de nada
servía dar la culpa al primero que me
cruzara”. Dice estar contenta con
lo conseguido hasta el momento, aunque también
entiende las posturas reivindicativas de sus
vecinos. “Los hundimientos han dejado
en la miseria a muchas personas que no estaban
censadas y tenían sus casas frente a
la mía”.
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Para ella y su marido lo más difícil
ha sido adaptarse al hotel. Durante los primeros meses
tenían la sensación de que estaban de
viaje, ni siquiera sentían que estaban en Barcelona.
La gente con la que convivían no era la misma,
tan sólo algunos conocidos compartían
alojamiento con ellos: “Al principio me sentía
como en una nube, aislada del resto del mundo”.
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