Santiago Tarin pasó su infancia en el barrio de Poble Sec de Barcelona. Su padre era director de Radio Barcelona. “Nunca digas este cura no es mi padre”, contesta con malicia cuando se le pregunta porqué paso de una carrera científica -tiene titulo de biólogo- al periodismo. Fue casualidad familiar. Tuvo sus primeras experiencias en Radio Nacional de España a los 17 años y más tarde en la Cadena Ser y la agencia EFE. Entró en el equipo de investigación de La Vanguardia en el 1985.
“Al final es un trabajo muy rutinario”, explica tomando un ya tradicional café con leche en el Mesón Castellano, punto de encuentro del mundillo de la justicia barcelonesa, a unos metros del Palacio de Justicia de esta ciudad. “El trabajo empieza en este lugar, hablando con los abogados, observando”, dice al tiempo que destaca la presencia de dos chicas jóvenes que se encaminan hacia la salidad del bar. Una de ellas lleva el pelo pintado de rojo.
“Esas dos chicas eran prostitutas. Han matado a su cliente. Ahora tienen que venir a firmar cada día”, detalla.
Santiago Tarin tiene material para escribir un tercer libro. En su maletín los mejores ingredientes de una novela negra. Pero no lo piensa hacer de momento. El trabajo cotidiano en La Vanguardia es un trabajo de escritor. Tomando como regla de oro la frase de Montanelli, su maestro: “la primera norma para un periodista es no aburrir”. Apaga su puro Reig, “ya tengo mi dosis de nicotina, vamos”, y sale del mesón castellano. |
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