La charcutería de las sensaciones
Por Sandra Serbey
Caviar iraní. Jamones, embutidos ibéricos y quesos de los rincones más remotos de Europa. Vinos, coñacs y licores. Aceitunas y patatas fritas. Carne de ternera, cordero lechal, cerdo, pollo y conejo. Turrones artesanales, polvorones y roscones. Salmón ahumado y marinado. Ketchup y todo tipo de mostazas. Pannetones rellenos de trufa o a la naranja. Palitos de pan, con y sin queso. Aceite de oliva. La lista puede ser inabarcable.
 

Pero nada es mediocre o desperdiciable, todo esta muy bueno y a punto para comer. Todo se vende y es de gran calidad artesanal. Todo se encuentra en un lugar vivo.
A pesar de la mezcla de olores, Quimet mantiene un aroma rico en cada rincón y delicioso en su totalidad. Quimet tiene cuarenta y cinco años, nació el 19 de julio de 1960, bajo la estrella de Cáncer. Destaca su paladar de gourmet, vivo a través del oficio de servir y sugerir sabores con calidez casera.
Si Quimet no come, en el sentido estricto de la palabra, no es porque no le guste: sucede que se alimenta ofreciendo a su clientela un exquisito servicio culinario, y ver que disfrutan de los sabores olores y

sensaciones la llena. Quimet es tradicional, todo lo que ofrece es de elaboración sencilla, mediterránea (excepto el caviar que es iraní), y de alta calidad. Esta charcutera tiene la necesidad de compartir su vida y sus adentros, además de gozar de estos manjares junto con sus amistades, familia y con toda persona que se interese por su autenticidad. Ella porta el espíritu vivo de “la mamma” que le hace a todo vecino, conocido o al que le cae bien de sólo conocerlo.
Joaquim Fuster es el padre de Quimet, trabajó para un charcutero en el barrio de Gràcia hasta que se casó y dio vida a su hija. Quimet tiene una hermana nacida un día antes que ella, quien se dedica a la docencia; y un hermano menor llamado Quim. Con él trabaja a tiempo completo desde que su padre se ha retirado de la rutina diaria, una rutina de diez horas dedicadas a la fiel clientela del barrio del Putxet y los alrededores.
 

Los dos están al pie del cañón desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche. Ni bien cierra se reorganiza y ve que le falta por traer, comprar y organizar. Quim es serio y servicial, porta gafas y aparatos de ortodoncia, habla poco, rápido y entre dientes y por ello se le presta mucha atención.
Quimet dice que se siente arropada por su familia: sus padres y su hermano viven en el barrio. Ella recuerda su infancia, cuando vivían los cuatro bajo el mismo techo, ya que sus padres y dos tíos tenían su casa afincada con un techo en común.
Hoy la charcutería cuenta con la ayuda de cuatro empleadas, cuatro mujeres muy risueñas que le dan alegría al entorno de Quimet. Se trata de Conchí, Mari, Ana y Antonia, quienes se turnan entre mañanas y tardes en un horario de cuarenta horas semanales entre olores, sabores y sonrisas, que hacen del local un ambiente único, con vida y sensaciones para recordar.