Por
Magally Batista
La identidad no se impone
Son estudiantes de secundaria, trabajan en el servicio
doméstico o la construcción. Sus padres los trajeron
ya adolescentes a Barcelona, desde República Dominicana
esperando que ya vengan impregnados de las costumbres
y tradiciones de su querido pueblo, del que sus progenitores
salieron por falta de trabajo y bajos salarios años
atrás. Para el inmigrante dominicano sus hijos pequeños
deben permanecer en la isla caribeña por un tiempo,
luego traerlos a España para después regresar todos
juntos a su tierra.
Su sueño es comprar una casa y poner un negocio acá
en Barcelona y con el dinero ahorrado viajar de nuevo
a República Dominicana para quedarse. Pero la pretensión
de algunas familias dominicanas no puede imponerse
a sus hijos, ni hacer de ellos una extensión de sus
anhelos de regreso y de preservación de una forma
de vida que no les ha permitido sobrevivir en su propio
suelo. Esos jóvenes aunque crecieran regados de sus
raíces, costumbres y folclore, tienen otra mirada
distinta, más no por ello culpable de no querer regresar.
Tienen libre elección en su actual convivencia: buscan
integrarse y dejar de ser inmigrantes. Sus madres
pegan, ahora, un grito al cielo y echan la culpa al
entorno barcelonés de la inseguridad en que viven
sus hijos y la exclusión de que son objetos por su
procedencia latina. Consideran que la pérdida de valores,
la rebeldía y la conductas violentas son producto
de una falta de integración que no logran sus hijos
a pesar de vivir hace años en esta ciudad. Sin embargo,
son sus hijos los que deberán emprender esa lucha
de integración, de estudio y esfuerzo por romper barreras.
De sobrevivir y progresar no bajo la sombra de su
origen sino de su decisión de cambio. Hoy esos muchachos
dicen estar integrados, aunque no todo es color de
rosa. No solo el mar los separa de su hogar materno,
sino el deseo de vestir diferente, de hacer dinero…
de aspirar un futuro diferente. Ya están aquí y sobreviven
en el medio que estudian, trabajan y se enamoran.
Donde conviven bien o mal, donde estudian o desertan.
Hoy los dominicanos en Barcelona llegan a 20 mil,
donde nueve de cada diez mujeres trabajan en el servicio
doméstico, mientras tres de cada diez varones tiene
empleo.
Francisca Rodríguez es miembro de la Asociación de
la comunidad dominicana en Barcelona. Ella, como dirigente
comunal, afirma que, aunque en esta ciudad se ganan
la vida y, tienen más posibilidad de superarse, no
quieren que sus hijos se eduquen con otros valores
que promueven, según dice, el desinterés en la familia
y dejar tempranamente su hogar. Pero doña Francisca,
lo cierto es que ya están aquí. Donde creen ahora
pertenecer y tener la oportunidad de una vida mejor,
sin dejar de bailar la mandolina, comerse las eses
al hablar y adorar el rap.