El
máximo inversor en Cataluña
por: Juan Ruiz Sierra
Los invitados a la comunión de Judit Malet no olvidarán fácilmente
el banquete que su familia dio después. Justo enfrente suyo, en la otra
sala del Hotel Barceló-Sants, el Partido Popular (PP) catalán
celebraba una almuerzo-mitin con mil asistentes, incluido el presidente del
Gobierno, el mismísimo Jose María Aznar.
La flor
y nata de los populares catalanes se fue sentando ordenadamente a
la
espera de que llegasen el candidato a la alcaldía de Barcelona, Alberto
Fernández Díaz, el presidente de los populares en Cataluña,
Josep Piqué, y el propio Aznar.
Abundaban los jerseys Lacoste anudados al cuello, la gomina, el exagerado maquillaje
y las joyas vistosas. Los rostros delataban muchas horas pasadas bajo la poderosa
fuerza de los rayos UVA.
El himno del PP sonaba ininterrumpidamente. Pero no la versión que todos
conocemos. No, al popular tema le habían añadido violines, lo que
producía un efecto grandioso, épico. Parecía la banda sonora
de una película de aventuras en technicolor. Era como si Aznar estuviese
a punto de aparecer colgado de una cuerda atada al mástil de un navío
pirata, con un pañuelo en la cabeza y el cuchillo entre los dientes, al
más puro estilo Burt Lancaster. ¡Chazam!
Pero eso, lamentablemente, no ocurrió. El presidente del Gobierno entró escoltado
por Fernández Díaz y Piqué. Las Nuevas Generaciones del
PP ponían cara de éxtasis. Finalizada una comida en la que corrió mucho
más el vino que las palabras, Aznar se fue al aseo. Pero antes quiso darse
un baño de besos y apretones de mano. Al llegar a las mesas de las juventudes
populares, éstas, algo desinhibidas por el alcohol, comenzaron a cantar, “¡Aznar,
Aznar, es cojonudo; como Aznar, no hay ninguno!”, mientras ondeaban sus
servilletas. Por un momento se borró la línea que separa las despedidas
de soltero de los actos políticos.
Llegó la hora de los discursos. Dolors Montserrat, miembro del grupo popular
en el Parlament y presentadora del evento, dio rienda suelta a la telepredicadora
que lleva dentro. Con las manos en alto, clamando al cielo, pedía a los
asistentes que se sentaran. “¡Éste es un acto apoteósico
que se ha desbordado!”, gritaba.
El primero en tomar el micrófono fue Fernández Díaz. Con
su cara de dibujo animado y su voz de papel de lija, el alcaldable parecía
nervioso ante la presencia del líder. Finalizó afirmando que “nunca
el Estado había invertido tanto en Cataluña como con el PP”.
Y entonces llegó Piqué. Habló mucho de España y muy
poco de Cataluña. “No te quiero hacer la pelota, presidente”,
dijo señalando a Aznar, “pero eres un hombre con coraje, sólido,
coherente, valiente y serio. Presidente, eres un ejemplo y un lujo”. Y
también, concluyó afirmando que “nunca el Estado había
invertido tanto en Cataluña como con el PP”.
Tras Piqué, el apoteosis. Es decir, José María Aznar. Todos
los asistentes se levantaron y rompieron a aplaudir de una forma que, de haber
sido rítmica, quizás hubiese provocado el baile del líder
popular, quien en una ocasión dijo “tengo un salero que pa´ qué”.
Pero después de haber asistido a la puesta de parto de una simpatizante
el día anterior, todo le debe saber a poco.
Fue curioso que los periodistas tomasen menos notas con Aznar que con el resto
de oradores. Pero este hombre, ya se sabe, siempre suelta alguna perla. Especialmente
memorable fue el duelo dialéctico que mantuvo con un invitado. “¿Cuándo
ha sido mayor la inversión del gobierno en Cataluña?”, preguntó Aznar.
El simpatizante ya se había aprendido la lección. “¡Nunca!”,
respondió inmediatamente. “¿Cuándo ha tenido Cataluña
más competencias que ahora?”. “¡Jamás!”,
contestó el mismo.
"Nunca nuestra democracia ha sido tan fuerte como ahora”, concluyó el
líder de los populares. Aunque, eso sí, “no nos queremos
poner ninguna medalla”, puntualizó.
Pero no todos los presentes pensaban de la misma forma. Uno de los camareros
decía: “ya quisiera yo servir la mesa de Aznar. Iba a salir muy
manchado”.