En un auditorio con más de 2000 personas, Canales,
medalla de oro de Andalucía por su trayectoria artística,
dejó clara, una vez más, durante la presentación
del espectáculo su vocación de innovador del
flamenco. Esta vez utilizó un reloj para representar,
a través de las horas, las diferentes culturas del
mundo. Cada artista, ubicado en su franja horaria, representaba
durante tres minutos alguna pieza significativa de su región.
Él, por su parte, era el conductor y ejercía,
simbólicamente, el papel de las manecillas del reloj.
Primera parada, Brasil. Dos bailarines de capoeira deslumbraron
con este baile de batalla, haciendo gala de su habilidad para
los saltos y acrobacias. La siguiente parada fue el mundo
árabe. Aquí, la sensual danza del vientre cobró
protagonismo. En un espectacular traje blanco de lentejuelas,
las sacudidas de cadera de la bailarina causaron más
de un suspiro a los espectadores.
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A continuación,
una emotiva canción evangélica, interpretada
por una cantante afro-americana, y una pequeña,
pero muy divertida coreografía de ‘claquet’,
transportó al público hasta Estados
Unidos. Violines tocando diferentes melodías
étnicas, guitarras flamencas y evocativos cantes
se intercalaron entre los números, y sirvieron
para darle paso a Canales que, con el arte y la sensibilidad
de siempre, puso el acento excéntrico a la
obra con sus interpretaciones. |
Precisamente, la última de estas fue la más
aplaudida. Canales, con una rosa en la boca, interpretó
junto a otra bailarina una desgarradora historia de amor.
Pasional y estremecedor a la vez, el número dio paso
a la escena final de la obra, donde el noble ideal del diálogo
entre culturas sirvió de idea final. Tras cumplirse
los treinta minutos, todos los artistas se unieron en un círculo
y echaron arena en el suelo para simbolizar la concordia y
el entendimiento común.