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Nacionalismo y Europeísmo
ENRICO LORENZINI
El día 7 de marzo se celebró en Bruselas la manifestación de plataforma 10mil para la independencia catalana. La pancarta que abría la manifestación rezaba en ingles “We want a Catalan State”, en fondo azul europeo, con las estrellas de la Unión que estaban por detrás de las palabras “Catalan” y “State”. La plataforma tiene como objetivo la autodeterminación de los Països Catalans, y propone un referéndum para la independencia en 2010
(Gráfico: Enrico Lorenzini)

Pues no fueron diez mil personas, así bien la mitad. Y no estaban presentes candidatos catalanes para las próximas elecciones europeas, excepto uno: Oriol Junqueras, candidato independiente de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Este, junto con su partido, ha decidido apostar por el tema de la independencia y la autodeterminación como base principal de la propria campaña, dejando en segundo plano otros temas. Junqueras se propone como el líder “espiritual” del soberanismo catalán, aunque quizás su candidatura haya sido sólo una apuesta con Convergència i Unió (CiU), que propone a Ramon Tremosa, para ver quién es más soberano de los dos.

Es legítimo dudar que a los eurodiputados les interese mucho cuál de los dos candidatos, y quizás futuros diputados, sea más independentista, y de hecho queda claro que el tema es local, a uso y consumo catalán.

Ahora bien, el nacionalismo es un tema caliente en la (anti) Europa de los últimos años. Después de la ola más integradora ahora estamos viviendo una época de fuerte rechazo hacía el proceso europeo.

En muchos países ganan fuerzas conservadoras de derecha euro-escépticas, que hacen hincapié en los sentimientos nacionalistas para coger el poder. Se despiertan siempre en mayor medida sentimientos que creíamos haber borrado del continente, que se nutren de nacionalismo, frente al europeísmo colonizador, dicen algunos. Hasta llegar a la situación actual donde un gobierno euro-escéptico, el checho, le toca la presidencia de la Unión Europea.

El caso catalán es diferente. Aquí se habla de nacionalismo y se encaja con un sentimiento europeísta fuerte, lo cual, a ojos extranjeros aunque comunitarios, suena algo muy raro de entender. Mientras que las tentativas de construir una Europa más integrada siguen fracasando uno detrás de otro, en esta tierra se quiere la secesión de un Estado justificándola con una necesidad de integración en la organización continental. Ojos extranjeros aunque comunitarios siguen sin entender.

Además es difícil pensar cómo la UE pueda absorber el golpe de un Estado que se divide, sin tener problemas político-institucionales: los socios que la componen deberían aceptar el nuevo estado y sin el consenso esto no es posible. ¿España vetaría el ingreso de Catalunya independiente? ¿Y los Estados que tienen intereses comunes con España no harían lo mismo? Quizás para conocer una respuesta sólo hace falta pensar en la situación de Bélgica, donde dos pueblos sólo estarían de acuerdo en una cosa: dividirse. Pero, además de ser socios europeos, albergan la capital continental, y esto es el elemento que garantiza la imposibilidad de su escisión.

Y los mismos ojos se cierran y no quieren ver cuando la fuerza que se propone como baluarte independentista es un partido de izquierda que funda sus raíces en la República Española, cuya defensa (o derrota) movilizó media Europa.

La cultura izquierdista europea tuvo siempre como marco común el internacionalismo, esa idea que lleva las mentes de sus votantes a aplicar el concepto de igualdad a pesar de las fronteras de los estados. Fronteras que se quieren borrar y no construir.

Así que aquella manifestación de unos cuantos catalanes parece un disparate adolescente, sobre todo en medio de una crisis económica mundial, frente al reto del calentamiento global o a la necesidad de encontrar un  camino diferente para la construcción de una nueva Europa, que apueste por la integración de sus pueblos y no por su división.