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Pasado, presente y futuro

El libro: un objeto que sabe de crisis y modas, y resiste.

MAXIMILIANO TOMAS

Coches de alta gama, pisos de lujo y… libros: tres de los consumos que, a pesar de la crisis que hace estragos en buena parte del planeta, logran mantenerse estables. En el caso de los automóviles y de las viviendas la explicación de su impermeabilidad es lógica. A la pequeña porción de la sociedad que puede pagar por un nuevo Audi, o desembolsar varios millones por una casa de verano en la playa, los efectos de la economía no la alcanzan con la misma fuerza que al resto de la población. Se trata de un consumo estable, marcado por la calidad y no por la cantidad, por lo que casi siempre la demanda es superior a la oferta: siempre habrá compradores para una Ferrari.

Reportaje: El libro corre con ventaja

¿Pero qué pasa con los libros? O mejor dicho: ¿qué tiene que ver la industria del libro con el consumo de alta gama? Ciertamente, nada. El fenómeno que vive la industria del libro es extraordinario, pero por razones muy distintas. Para empezar, libreros, editores y periodistas suelen mencionar un término clave: “valor refugio”.

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Cuando la gente comienza a restringir sus consumos debido al impacto de la crisis (las salidas al cine, las comidas en restaurantes e incluso los gastos en ropa), la demanda de libros se mantiene estable o incluso crece ¿No podemos salir al cine, porque cada entrada cuesta 14 euros? “Pues compremos libros, que son más baratos y entretienen igual”, es lo que piensan los consumidores, al margen de que los buenos libros no pasan de moda, pueden prestarse o volverse a leer.

El repunte que ha registrado la venta de libros en las últimas fiestas forma parte del mismo fenómeno: se sabe, o al menos hay un consenso implícito, que a pesar de que el valor monetario sea en general muy inferior al de una camisa o al de un regalo empresarial de fin de año, un libro lleva consigo un valor intangible, un aura duradera que lo convierte en el fetiche cultural por excelencia. Nadie en su sano juicio se quejaría de recibir un libro de regalo, ya sea por convicción o por conservar las apariencias.

Todo esto permite que las perspectivas para la industria editorial en 2009 sean favorables. Ni siquiera la tecnología ha podido aún con los libros, a diferencia de los estragos que causó en el negocio de la música, y está generando en todo el mundo en la industria de la prensa gráfica. Si bien cada año se diseñan nuevos y más modernos modelos de libros electrónicos (también llamados ebooks), y en 2008 Amazon.com vendió 250 mil de estos aparatos, el consenso es que ambos soportes (el papel y la virtualidad) podrán convivir sin mayores problemas, al menos durante un buen tiempo. Eso es lo que piensan los moderados. Los más optimistas, incluso, hablan de que el soporte que fuera inventado en Alemania hace más de seis siglos ha demostrado ser un objeto irreemplazable, como el tenedor.

A pesar de las quejas, tan sonadas, de que cada vez se lee menos, el libro acaba de demostrar, una vez más, que es un objeto que sabe de crisis y de modas. Y que, en ocasiones, apostar por él, ladrillo simbólico, puede ser más seguro que invertir en la volátil industria de la construcción