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Polaroid de los derechos
políticos |
Por Alfonso Espinosa
Andrade, Paola Victorino y Francesco Vitola |
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España
es el primer receptor de migración en la
Unión Europea y el segundo destino de emigrantes
de todo el mundo, después de Estados Unidos.
Los recién llegados impulsan a España
y sirven como transfusión sanguínea
a un organismo en riesgo de envejecimiento. |
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Agustín Díaz
de Mera, eurodiputado por el Partido Popular,
afirma que “el envejecimiento de
la población europea, unido a la
baja natalidad, hace que nuestra sociedad
necesite a la población inmigrante”.
Pese a ello, en una imaginaria foto del
actual horizonte político español
y europeo, los inmigrantes no aparecen
(aunque alguien en el borde izquierdo
de la panorámica está invitando
a alguien al encuadre y pide otra toma
cuando ve que no salió).
Muchos latinoamericanos llegaron a España
en la década de 1970. Un retrato
de esos años mostraba miradas apagadas
por el miedo de los regímenes entonces
instaurados en sus países. Desde
finales de los 90 la pobreza mueve una
migración regional que, en casos
como el
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ecuatoriano, tiene dimensiones de éxodo:
479.978 estaban empadronados en España
a enero del 2006.
Hoy las miradas en la foto están
también apagadas, por el desencanto
ante las promesas nunca cumplidas de la
democracia liberal en la región,
poco iluminada por las luces de la igualdad,
la libertad o la fraternidad.
En el plano europeo, el Acuerdo de Schengen
supone una apertura progresiva de fronteras
y prevé una política común
sobre terceros extracomunitarios, pero
hasta el momento no se ha legislado ese
punto pues, como constata Díaz
de Mera, “aún son numerosas
las reticencias a que las competencias
en inmigración dejen de ser nacionales
para ser europeas”.
Cada Estado decide si hace un primer plano
de teleobjetivo o si amplía el
campo de la imagen con un gran angular.
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En
España, tanto la Constitución como
la Ley de Extranjería delimitan los derechos
de los extranjeros. En el tema de los derechos
políticos, la Carta Magna señala
la exclusividad de los ciudadanos españoles.
La Ley, por su parte, reconoce el sufragio municipal
para los residentes, un estatus que se adquiere
tras una estancia de cinco años. Varias
organizaciones, como la Asociación por
una Ciudadanía Europea de Residencia (ACER),
reclaman la ciudadanía plena tras este
lapso.
Los partidos mayoritarios votaron juntos las últimas
reformas a la Ley de Extranjería, en noviembre
del 2003, en lo que se calificó como un
“pacto de Estado”. Sin embargo, el
Partido Popular apuesta más firmemente
por una recepción controlada, en función
del aparato productivo, en la que prima una visión
que valora al inmigrante como insumo económico.
Un acuerdo bilateral sobre flujos migratorios
firmado con Ecuador en el 2001 ha conseguido trabajo
en España a 2.155 trabajadores –de
casi medio millón de migrantes–
según José Núñez,
director del programa en Quito. Los populares
sueñan, pues, con la foto de una larga
hilera de emigrantes que pacientes y ordenados
esperan un turno y una oportunidad.
El socialismo español, por su parte, ha
puesto el acento en la regularización y
el empadronamiento, con lo cual los inmigrantes
ganan en visibilidad. Se beneficia al inmigrante
con atención social, pero no se facilita
su incorporación ciudadana. Todos los inmigrantes
sonríen en la foto socialdemócrata,
pero son invitados que no pueden aspirar a nada
más que a la cortesía del fotógrafo
anfitrión: ni hablar de dejarles opinar
sobre la luz o el encuadre, mucho menos de prestarles
la cámara.
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Las
izquierdas, como el Partido Comunista de España
(PCE), impulsan políticas más progresistas,
como las presentadas en el Parlamento Europeo
en el ‘Informe sobre la ciudadanía
en la Unión’ el pasado 17 de enero,
que buscaba “facilitar el acceso a la nacionalidad
y crear un carné europeo de votante”.
El texto perdió. El PCE considera prioridad
legislativa la derogación de la Ley de
Extranjería “para alumbrar una verdadera
Ley de los Derechos y Libertades de los Extranjeros”.
Otra foto es posible, pero su fotógrafo
está lejos de la cámara.
Andreu Domingo Valls, de la Universidad Autónoma
de Barcelona, señala que “responder
a la pregunta ¿qué hacer con los
extranjeros? implica dar una solución al
enigma de la Esfinge: ¿qué es y
qué será España?”.
Hasta el momento, la respuesta es una sociedad
con ciudadanos de primera, en todo el sentido
del término y otros, de segunda, llamados
“residentes de larga duración”,
“regularizados” o en proceso de serlo.
Esta foto actual de la inmigración latina
es de alto contraste y poca amplitud de cuadro,
tan poca que parece que no hay sitio para nadie
más. Trucos del fotógrafo: en realidad
el mundo es ancho. Y ajeno. |
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