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Una nación que no
cuaja |
Por Àlex
Martín |
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Nevaba
en Barcelona, acontecimiento insólito en
el plácido invierno de la ciudad condal.
Un fenómeno mucho más habitual en
los últimos tiempos es reflexionar sobre
el polémico Estatut catalán. Pero
no eran los grupos parlamentarios ni los contertulios
habituales de los medios de comunicación
quienes confrontaban, esta vez, sus posiciones
ante tan espinoso tema. |
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En esta ocasión
eran los es estudiantes del Máster
de Periodismo BCNY quienes, atrincherados
tras las paredes de una de las aulas más
recónditas del Palau de Les Heures,
se habían propuesto combatir el
frío de aquella mañana de
viernes con un acalorado debate sobre
uno de los puntos más controvertidos
de la polémica ley: la constitucionalidad
del término “nación”.
A un lado de la mesa, como si de un cuadrilátero
de boxeo se tratase, los partidarios del
“no”, encabezados por el abogado
mallorquín Manuel Vich, con una
postura rígida, imperturbable,
fundamentada en bases legales. Del
otro lado, enfrentados a ellos, los partidarios
del sí, con el periodista Bernardo
Bejarano al frente, y unos argumentos |
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arraigados en el corazón, basados
en sentimientos e identidades.Fue Vich
el encargado de abrir el debate con una
breve ponencia sobre la semántica
del término “nación”
y la necesidad de que el vocablo se ciña
a la misma definición jurídico-política
que recoge la Constitución de 1978
para no caer en la ilegalidad.
Le siguió Bejarano, que apeló
a la definición histórico-cultural
que se desprende del término y
a la perfecta supeditación de éste
a las leyes estatales, sin que la inclusión
de la palabra “nación”
en el nuevo estatuto de autonomía
catalán suponga un conflicto con
el concepto de soberanía establecido
por la actual Constitución.
Dejaron claro los partidarios del “no”
que “no se niega que Cataluña
sea una nación a nivel histórico-cultural”,
pero que “a nivel legal los términos
no pueden ser ambiguos”, y argumentaron
que el único significado jurídico
con validez respecto al vocablo nación
“es el que |
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queda
recogido en la Constitución.“¿Hay
que sacrificar la realidad por un término
político?”, se preguntaba la gallega
Celtia Traviesas, del grupo del “sí”,
que afirmaba que la situación política
ya no era la misma que treinta años antes,
cuando se aprobó el anterior estatuto de
autonomía “Las cosas cambian, la
Constitución se puede cambiar. No tiene
la verdad absoluta”, sentenció el
valenciano Ferrán Climent, miembro del
“sí”.
Tal vez ése, el de la reforma de la Constitución,
fue el único punto en el que ambos grupos
acercaron posturas, “para discutir el término
nación habría que cambiar la Constitución
española y no nos oponemos a ello”,
afirmó Vich, que aseguró, además,
que el único lugar donde se puede utilizar
la palabra “nación” es “en
el preámbulo de la ley, porque no tiene
validez legal”. |
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Seguía
nevando tras los cristales y los contertulios,
ajenos a la gélida mañana que los
rodeaba, arremetían con vehemencia en uno
de los momentos más tensos del debate.
Se sucedían las alusiones fuera de tono,
los ponentes se pisaban verbalmente los unos a
los otros y Rafael Jorba, que ejercía de
moderador, se las deseaba para ejercer su trabajo
con normalidad. “Barriobajeros”, fue
la respuesta del vasco Borja Bujedo, de los partidarios
del “no”, después de que Bejarano
se cuestionara la profesionalidad de sus adversarios
durante la preparación del debate. “Mi
familia también puede ser una nación”,
ironizaba el mallorquín Pep Medrano, ante
el marcado sentimiento de identidad que demostraban
los partidarios del “sí” a
la hora de defender su postura.
Poco a poco el frío de la calle iba invadiendo
la sala, los argumentos se repetían, el
diálogo se alejaba. Una llovizna sustituía
a los insólitos copos blancos. La nieve
no había cuajado, llovía sobre mojado.
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