El ático de Barcelona
Por Celtia Traviesas
El siete de enero de 1998 dos pasajeros habituales y siete llebrencs sentimentales hicieron el último viaje en el antiguo funicular de Vallvidrera. El "funi" miró pasar entero el siglo XX y se convirtió en símbolo y testigo privilegiado de la historia de este barrio. Hoy, un ordenador regula el funcionamiento automático de la instalación, y el funicular ha perdido parte de su encanto. Pero subir a Vallvidrera sigue teniendo algo de mágico, algo de excursión, de escapada a la montaña.

Situada entre el Vallés y el mar, en pleno parque natural de Collserola, envuelta en bosques y siempre mirando a la ciudad, Vallvidrera era el lugar donde los barceloneses de los años veinte venían a pasar el verano. “Parece como si la montaña hubiese sido hecha expresamente para mirar la ciudad”, escribía Vázquez Montalbán.

A veinte minutos en tren de Plaza Catalunya, Vallvidrera se resiste a perder esa calidad humana que tienen los pueblecitos de montaña, donde todo el mundo se conoce. “Ahora mismo hay tres grupos de gente –dice una vecina que conoce bien el barrio-: los de aquí de toda la vida, los nuevos ricos que no se integran y los extranjeros de profesión liberal que sí participan en la vida social del barrio.”

Los de toda la vida son los llebrencs, los aborígenes de Vallvidrera. Son los descendientes de los campesinos, los carboneros y leñadores que se fueron incorporando al mundo de los servicios según avanzaba el siglo pasado. Pero quizás también son de toda la vida los nietos de los veraneantes que se fueron quedando y los hijos de los inmigrantes que llegaron con la oleada migratoria de los años cincuenta. De dos pueblos de Albacete se vinieron familias enteras por el bajo precio de los alquileres.

El principal problema de la actual Vallvidrera es que se ha convertido en residencia de ricos y el precio de la vivienda se ha disparado. “Aquí viven muchos famosos –dice Cristian, dueño del bar del Centro Cívico-, como el entrenador del Barça. Y Manel Fuentes es de aquí, era el portero del equipo de Vallvidrera”.

La vida social y cultural de Vallvidrera gira alrededor del Centro Cívico Vázquez Montalbán. El Cívic, para abreviar. En la entrada, una placa conmemora la muerte del escritor: "Mas nunca se atraviesa el espejo de la propia memoria", pone. El Cívic era una antigua reivindicación de la Asociación de Vecinos que se hizo realidad en el año 2001.

El barrio lucha por no convertirse en ciudad dormitorio, por mantener la participación de los vecinos en las actividades culturales. “Está el problema del transporte interno. Se logró que un microbús comunique las zonas del Tibidabo y Les Planes. Pero sólo pasa cada hora y eso no facilita que la gente se acerque hasta el Centro Cívico o la Biblioteca”, comenta Mercedes Pérez,
responsable de la nueva Biblioteca.

Una de las reivindicaciones clásicas del barrio era la defensa del comercio. Ahora ya nadie apuesta por la supervivencia del Mercado Municipal. Tan sólo quedan tres puestos abiertos, a la espera de una indemnización que les permita retirarse tranquilos. Desde el Ayuntamiento de Sarriá-Sant Gervasi sostienen que Vallvidrera es zona de especial cuidado. Sin embargo, los vecinos siguen teniendo cierta sensación de abandono. “Pagamos los mismos impuestos y recibimos menos servicios. Hace tiempo que se demanda una piscina municipal, pero nos dicen que aquí todos tienen su chalet con piscina”, asegura Manuel Herrera.

Hay en Vallvidrera, sobre todo, muchas inmobiliarias donde detenerse a investigar precios y soñar. Pero también quedan algunos negocios de siempre. Está, por ejemplo, el restaurante Casa Trampa, fundado en 1802 y famoso por la curadella y sus platos de jamón de Jabugo.

Vallvidrera le debe el nombre a la hierba vitraria, la mollera roquera, muy abundante en la zona. Cuando anochece, es fácil encontrarse jabalís paseándose por las calles, mientras la ciudad brilla allá abajo, encajada entre las torres modernistas de la Plaza del Funicular.