Son edificios de protección oficial
construidos precariamente “las viviendas
se están deteriorando cada vez más,
muchas están apuntaladas por fuera o
por dentro, algún día aún
tendremos una desgracia”, explica el presidente
de la Asociación de Vecinos, Dado Rebollo.
Sin saberlo, el color amarillo enfermizo de
sus fachadas era una premonición de las
importantes dolencias estructurales que sufrirían
los edificios con el paso de los años.
“A principios de los noventa, con el caso
de aluminosis en Turó de la Peira, donde
murió una persona, dijeron que probablemente
nuestra casas también estaban afectadas.
Hicieron catas y sí, descubrieron que
tenían aluminosis y carbonerosis”,
recuerda Rebollo.
Los habitantes de Trinitat Nova están
tan concentrados en los ruidos que pueden producir
sus vigas terminales o en las dimensiones de
sus grietas que ni les apetece salir a dar un
paseo. En muchos momentos del día las
calles están prácticamente desiertas
y, si sopla brisa, es fácil oír
el sinfín de hojas que revolotean desde
la sierra de Collserola al norte o el ronroneo
mecánico de los coches que apuran los
últimos metros de la Avenida Meridiana.
Los miércoles se instala el mercadillo
ambulante en la peatonal calle Chafarinas, colindante
con el mercado municipal, y a las doce del mediodía
estas paradas están medio desiertas.
“El bar del mercado está ocupado
por los vendedores ambulantes”, se
puede oír vociferar al camarero medio
estresado por tanta clientela repentina, mientras
una señora en la tienda de fruta, otra
en el pescado y un par más en la carne,
acaban de dar vida a la escasa docena de paradas
que forman el Mercado Municipal.
También es cierto que la demografía
de Trinitat Nova no abarca muchas edades. “Es
una barrio envejecido: el 34% de los casi ocho
mil empadronados son personas de la tercera edad”
pero aun así afrontan el devenir
de la vida con una mirada crítica y activa.
“En la residencia hay un casal pero no les
gusta, dicen que para cuatro días que les
queda no quieren estar con los enfermos”
,
apunta Dado Rebollo.
Este elevado porcentaje de personas mayores hace
que a Regesa, la empresa encargada de gestionar
el derrumbe de las viviendas afectadas, le resulte
un poco complicado expropiar. “Hay
pisos que están vacíos o los inquilinos
no están empadronados allí, por
lo tanto no podemos comprar y adjudicar una nueva
vivienda”
, lamenta Manel Fernández,
responsable de Regesa.