Un barrio con artrosis
Por Sílvia Sendra

Llegar a la última estación de la línea 4 del metro es hacer un salto en el tiempo. Las cercanías de la salida de “Trinitat Nova” serían un muy buen escenario para cualquier película ambientada en la Barcelona de la más dura posguerra. Un enjambre de bloques idénticos, construidos al unísono a principios de los años cincuenta, forman el comité de bienvenida al Barrio de Trinitat Nova que tiene poco de “Nova” y mucho de “Trinitat”, puesto que durante demasiados años ha sido un barrio periférico abandonado de la mano de Dios.

Son edificios de protección oficial construidos precariamente “las viviendas se están deteriorando cada vez más, muchas están apuntaladas por fuera o por dentro, algún día aún tendremos una desgracia”, explica el presidente de la Asociación de Vecinos, Dado Rebollo. Sin saberlo, el color amarillo enfermizo de sus fachadas era una premonición de las importantes dolencias estructurales que sufrirían los edificios con el paso de los años. “A principios de los noventa, con el caso de aluminosis en Turó de la Peira, donde murió una persona, dijeron que probablemente nuestra casas también estaban afectadas. Hicieron catas y sí, descubrieron que tenían aluminosis y carbonerosis”, recuerda Rebollo.

Los habitantes de Trinitat Nova están tan concentrados en los ruidos que pueden producir sus vigas terminales o en las dimensiones de sus grietas que ni les apetece salir a dar un paseo. En muchos momentos del día las calles están prácticamente desiertas y, si sopla brisa, es fácil oír el sinfín de hojas que revolotean desde la sierra de Collserola al norte o el ronroneo mecánico de los coches que apuran los últimos metros de la Avenida Meridiana. Los miércoles se instala el mercadillo ambulante en la peatonal calle Chafarinas, colindante con el mercado municipal, y a las doce del mediodía estas paradas están medio desiertas. “El bar del mercado está ocupado por los vendedores ambulantes”, se puede oír vociferar al camarero medio estresado por tanta clientela repentina, mientras una señora en la tienda de fruta, otra en el pescado y un par más en la carne, acaban de dar vida a la escasa docena de paradas que forman el Mercado Municipal.

También es cierto que la demografía de Trinitat Nova no abarca muchas edades. “Es una barrio envejecido: el 34% de los casi ocho mil empadronados son personas de la tercera edad” pero aun así afrontan  el devenir de la vida con una mirada crítica y activa. “En la residencia hay un casal pero no les gusta, dicen que para cuatro días que les queda no quieren estar con los enfermos”, apunta Dado Rebollo.
           
Este elevado porcentaje de personas mayores hace que a Regesa, la empresa encargada de gestionar el derrumbe de las viviendas afectadas, le resulte un poco  complicado expropiar. “Hay pisos que están vacíos o los inquilinos no están empadronados allí, por lo tanto no podemos comprar y adjudicar una nueva vivienda”, lamenta Manel Fernández, responsable de Regesa.

Estadísticamente, sólo el 4% de los casos de viviendas ha llegado el caso hasta el Tribunal de Expropiación, en los otros restantes se ha apelado al sentido común y a las pruebas. Todas las instituciones educativas del barrio están ubicadas en la misma zona. A la misma hora y en el mismo lugar, guardería, colegio e instituto abren sus puertas y dejan salir a las nuevas generaciones del barrio que en pocos minutos volverán a desocupar las calles y estarán sentados frente al plato de comida. Los más remolones se esconden rápidamente en los pequeños parques creados entre los bloques de pisos y allí, en un destartalado campo de cemento dan varios toques de pelota cual ronaldinhos en potencia.

“Sácales fotos a todos, que son unos delincuentes”, increpa un joven jugador a un fotógrafo que ajeno al partido observa las estructuras de los edificios. Su tono de voz transmite más sarcasmo que otra cosa, responde más a la mal ganada fama de pequeños malhechores del barrio que a la realidad social de esos estudiantes. Cada interior de isla es un mundo, puesto que en otro muy cercano una solitaria niña, de no más de ocho años, pedalea en bicicleta bajo la atenta mirada de su abuela, que aprovecha las carreras de la cría para tender la colada en el balcón. Esta pequeña dentro de unos años les podrá contar a sus nietos que ella jugó en un barrio enfermo y ellos lo hacen en uno recuperado y renovado gracias al entramado social que esconde Trinitat Nova.