La vida a la izquierda
Por Leticia Timón

L’Esquerra de l’Eixample huele a castañas asadas. Suena a conversaciones de amigos que toman café en las terrazas de la Gran Vía, mientras el tráfico provoca que eleven sus voces para no perder detalle. Sabe a los caramelos que los abuelos les regalan a los nietos que van a visitarles a sus viejas casas. En l’Esquerra de l’Eixample no hay esquinas angulosas, sino chaflanes que facilitan la visibilidad, y las fachadas de los edificios no son lisas, sino que mantienen algún elemento identificativo, generalmente de origen modernista, que las hace únicas, irrepetibles.

Tal y como explicaba Montserrat Roig en su obra Barcelona a vol d'ocell, "una ciudad tiene su interior, y éste se encuentra formado por las personas que viven en él. Son miles y miles de misterios que nunca conoceremos. Algún esbozo de biografía, una mirada perdida en una calle estrecha, una figura que se escapa para siempre detrás de un chaflán de l’Eixample”.

Y si de personas se trata, en l’Esquerra viven cerca de 130.000, de las que un 27%, aproximadamente, son mayores de 65 años. Rosa tiene 76 años y vive sola en la casa que heredó de sus padres en la calle Consell de Cent. “Llevo aquí toda mi vida y aquí me moriré”, comenta mientras acude como cada día a comprar al mercat del Ninot.

Pero no todos tienen su vivienda en propiedad. “Ahora nos enfrentamos a casos de gente mayor, con y sin hijos, a los que la pensión no les permite pagar la renta de la casa y se ven en la calle”, expone Xavier Ballesteros, director del Centre de Serveis Socials Esquerra. “Es un terreno muy valorado por los constructores y, sobre todo, por los especuladores”, precisa.

La privilegiada ubicación de l’Esquerra, en pleno centro del término municipal de Barcelona, separada del mar por Ciutat Vella y de la montaña por Sarrià, la convierte en una de las zonas más codiciadas para vivir y trabajar. Un claro ejemplo de ello es que el precio medio del metro cuadrado actualmente se sitúa por encima de los 2.000 euros.

La ausencia de zonas verdes, debida precisamente a su progresivo crecimiento, también caracteriza al barrio. Este hecho era del todo impensable en el proyecto de Ildefons Cerdà, quien, en 1859, creó la cuadrícula perfecta de l’Eixample que hoy es modelo de estudio en escuelas de arquitectura de todo el mundo.

Para Miquel Corominas, profesor de urbanismo de la Escuela Superior de Arquitectura de la Universitat Politècnica de Catalunya, se trataba de “un barrio absolutamente perfecto para los ciudadanos, pero completamente inviable para los constructores”.

Cerdà había ideado un distrito con edificios de no más de cinco alturas, orientados de forma que fueran luminosos, bien ventilados y con un jardín en el interior de cada manzana. Pero de aquel proyecto hoy sólo quedan la orientación y los chaflanes. “Las zonas verdes no son rentables”, apostilla Corominas.

Sin embargo, y con el objetivo de recuperar la idea de Cerdà para aquel terreno que comunicaba la ciudad con los nuevos barrios -antiguos pueblos adyacentes-, el ayuntamiento creó, en 1996, ProEixample. Se trata de una sociedad de gestión pública y privada que ha centrado una parte importante de su actividad en recuperar los interiores de las manzanas.

“Ya hemos ajardinado un total de 28 manzanas, 13 de las cuales se sitúan en l’Esquerra”, explica Gemma Noguera, del departamento de Marketing y Promoció. “El barrio está cambiando, crece, se desarrolla, y nosotros queremos modernizarlo manteniendo su sabor original”.

Un sabor menos señorial que su gemelo a la derecha del distrito. Un sabor más industrial, más práctico, más servicial, porque los grandes arquitectos modernistas se decantaron por los edificios de la Dreta para mostrar sus obras. “L’Esquerra de l’Eixample se edificó unos 30 años después, por lo que las piezas que quedaron por construir eran más bien de servicio, como el antiguo matadero, la prisión Modelo o el Hospital Clínic”, comenta el profesor Corominas. “Aunque, actualmente, las diferencias entre ambos barrios prácticamente se limitan a este hecho histórico”, puntualiza.

De hecho, hoy, por l’Esquerra, es posible encontrar a la gente del Ensanche, bien vestida y moderna” que mencionaba Montserrat Roig en su obra Ramona, Adéu, y a la pareja de jóvenes de la zona del "gayxample", al grupo de amigos de la terraza, al abuelo de la casa vieja, al nieto de las afueras y al vendedor de castañas asadas.