Historia de un emigrante
Yanina Montalvo

El veintiséis de octubre del 2001, Juan Miguel A. N. recibió una carta certificada del Ayuntamiento de Barcelona en la que se le comunicó el derribo forzoso de su casa. A partir de ese momento reanudó la búsqueda del hogar que inició al abandonar su tierra cuando era joven.

Hace más de cuarenta años que este sevillano subió a su camión y junto a su mujer decidió probar fortuna en la que ahora es su ciudad, Barcelona. “Vinimos de Sevilla con el baúl vacío y poco dinero”, cuenta Juan Miguel con ese acento andaluz que no le ha abandonado aún. A los tres años de mudarse firmaron las escrituras de una pequeña vivienda, que roza la cualidad de suburbio, situada en el Passatge de les Torres de Trinxant.

El 14 de julio de 1976, el Ayuntamiento aprobó definitivamente un plan que obligaría a derribar la casa que Juan Miguel acababa de comprar. Aunque él lo sabía, la compró porque su bolsillo no le permitía más.

Este pequeño pasaje, junto con el Passatge del Sospir, data del siglo XIX y está formado por hileras de casas de una planta separadas por un estrecho pasillo. En un lado se encuentran las casas de propiedad, entre ellas las de Juan Miguel, y al otro las catalogadas por el Ayuntamiento como chabolas. Este pequeño suburbio situado en el corazón del barrio del Clot, al lado de la Meridiana, pronto desaparecerá para convertirse en zona verde y en un vial que comunicará la calle Trinxant con la calle Mallorca.

Las obras suponen la mejora del barrio y la calidad de vida de estos vecinos que viven en condiciones insalubres. Sin embargo, desde la asociación de vecinos del Clot se exige que la expropiación se haga de tal forma que los inquilinos no salgan perjudicados.

El abogado de Juan Miguel fijó un precio para la venta de su propiedad y el Ayuntamiento ha creído conveniente otorgarle una cuarta parte de lo que demandaba. Juan Miguel afirma que si hubiese sido más joven hubiese luchado por conseguir más dinero, pero que para el tiempo que le queda quiere estar tranquilo junto a su esposa y mudarse lo antes posible.

A sus 69 años parece un hombre fuerte y luchador, pero no le quedan ganas de pelear. “Ellos están deseando que nos muramos”, afirma refiriéndose a las entidades oficiales. Después de negociar cuatro años, finalmente se firmó el acuerdo el pasado veintiséis de septiembre.

Aunque  no le importa mudarse a los pisos de protección oficial que

les ofrece el Ayuntamiento, asegura que si no hubiese recibido la carta jamás se hubiese marchado de  la casa que vio nacer a su primera hija. El principal problema de los vecinos no reside en que deben abandonar sus casas, ya que debido a la situación precaria en la que viven todos están de acuerdo.

El problema radica en que se les ofrezca el dinero suficiente como para poder buscar otra vivienda. “¿Tenemos casa o no tenemos casa?”, le pregunta Antonio A. a Juan Miguel al cruzárselo por la calle. Antonio, transportista de 42 años, nació en el piso donde vive ahora; sin embargo, es un piso de renta antigua y la cantidad que le ofrecen es inferior a la de Juan Miguel, quien posee la casa en propiedad. Otra vecina marroquí que vive con sus tres hijos se une a la conversación: “yo quiero casa, no quiero dinero”. Exige que las casas de protección oficial también sean de alquiler, ya que no tiene dinero para comprar. “La habitación de mi hijo tiene una grieta en la pared y un día se me va a caer la casa encima”.

El tema está en la calle, y los vecinos de la Calle Sospir y la Calle Trinxant viven expectantes ante la posibilidad de que pronto deberán abandonar sus casas, pero sin saber cuándo. Juan Miguel desconoce dónde pasará las Navidades, “¡hasta que no me paguen no me voy!”, dice. Lo único que sabe este jubilado es que el próximo 19 de octubre deberá introducir la mano en una caja llena de papeles y sacar de un sorteo el número de su futuro hogar, el que empezó a buscar hace cuarenta años.